San José, la capital costarricense, a menudo es solo una breve escala en el radar del viajero, un punto de tránsito hacia las famosas playas o los exuberantes parques naturales. Y, seamos honestos: no es la típica ciudad que enamora a primera vista. Pero con su evolución en los últimos años se ha convertido en un punto base perfecto para empezar o terminar tu viaje por Costa Rica.

Descubrirás una escena gastronómica en crecimiento, interesantes rutas de senderismo, imponentes volcanes a menos de una hora y la rica tradición cafetalera del Valle Central. Y todo ello, con una red hotelera de primer nivel y la mejor relación calidad-precio del país, que facilita la exploración sin agobios.

Quisimos comprobarlo de la mano de Marriott, que cuenta con una gran oferta de hoteles en la ciudad, y pasamos 72 horas en San José para terminar enamorándonos de una ciudad imperfecta, viva, con carácter. Y sí, también con mucha lluvia… pero estando en Costa Rica, esto es inevitable.

Día 1: Una jornada entre volcanes, fresas y cafetales

Volcán Poás

El primer amanecer en San José prometía una inmersión en la naturaleza y en el universo del café, una combinación que roza la perfección. Con el aroma del café del hotel aún flotando en el aire, nos acomodamos en el vehículo mientras nuestro guía, con el emblemático “¡pura vida!” costarricense, ponía rumbo al Parque Nacional Volcán Poás.

El Volcán Poás es una de esas maravillas naturales que cortan la respiración, un coloso que presume de uno de los cráteres más grandes y accesibles del planeta. Su laguna ácida de un turquesa irreal, enmarcada por un paisaje casi lunar, lo convierte en una visita imprescindible en el Valle Central.

La neblina es caprichosa y a veces decide ocultarlo, pero aquella mañana la fortuna estuvo de nuestro lado: el cráter estaba despejado y majestuoso. Este estratovolcán activo, a más de 2.700 metros sobre el nivel del mar, forma parte del cinturón volcánico de América Central. Su cráter principal, de 1,3 kilómetros de diámetro y 300 metros de profundidad, alberga una laguna ácida de un turquesa intenso.

Además del cráter principal, el parque invita a explorar la Laguna Botos, un pequeño lago de origen volcánico rodeado de bosque nuboso, accesible mediante un sendero de 1,5 km.

Tras el paseo, tocaba reponer fuerzas en Freddo Fresas, un restaurante tradicional en Poasito. Entre flores, madera y aroma a maíz tostado probamos un delicioso casado, una olla de carne y un jugo de fresas recién preparado.

La sobremesa exigía café, y qué mejor lugar que la Hacienda Alsacia, la finca experimental de Starbucks inaugurada en 2018. Más que una plantación al uso, es un centro de investigación y desarrollo. La visita abarca los viveros, los cafetales y las áreas de beneficio húmedo, fermentación y secado. El final es una cata con vistas a una cascada y a las montañas del Valle Central: pura vida.

Día 2: Naturaleza activa y cultura cafetera

Hacienda La Chimba

La segunda jornada nos llevó a la Hacienda La Chimba, en Santa Ana, un espacio que fusiona naturaleza, deporte, arte y café. Su famoso Mantra Trail, un sendero de 5 km entre bosque, puentes colgantes y esculturas, es perfecto para comenzar el día.

Puedes acceder caminando o en los divertidos camiones estilo safari que suben la montaña. El trail está lleno de rincones, frases talladas en madera y puntos para descansar. Destacan dos paradas: una gran escultura de un Buda blanco y la impresionante mano de madera que se proyecta sobre el valle. Los más aventureros pueden lanzarse en su circuito de canopy: ocho tirolesas, algunas de más de 300 metros, sobre el dosel del bosque.

Como el café seguía siendo el hilo conductor del viaje, terminamos el día con un ritual delicioso: el café chorreado. En la terraza del Hacienda Belén, Mario, fundador de Plinc, nos guiaba en este método tradicional. Su chorreador moderno, hecho en madera de cedro con un filtro de algodón sin blanquear, da vida a un proceso lento, casi ceremonial. El resultado: un café suave, aromático y con la acidez característica de los cafés de altura.

Día 3: San José al ritmo local con mercados, arte urbano y artesanía costarricense

La Antigua Aduana

La abundante naturaleza costarricense invita a moverse constantemente, pero dedicar un día a explorar San José y su cara más urbana es imprescindible.

Un buen punto de partida es la Plaza de la Cultura, epicentro urbano que da entrada al Museo del Banco Central (bajo tierra). Frente a ella se alza el majestuoso Teatro Nacional (1897), orgullo de la Costa Rica cafetalera.

A un corto paseo se llega al Parque Nacional y al Museo Nacional, con su jardín de mariposas y arte precolombino. Regresando por la Avenida Central, un hervidero de vida diaria, aparece la Catedral Metropolitana, el Teatro Popular Melico Salazar y, un imprescindible: el Mercado Central, inaugurado en 1880, perfumado de café, especias y sopa recién hecha.

Luego seguimos hasta Barrio Escalante, el rincón más creativo de la capital. Allí visitamos el taller de Ximena Esquivel, joyera y artista costarricense que mezcla diseño contemporáneo e identidad nacional. Sus piezas se inspiran en hojas de cafeto, colibríes y símbolos precolombinos.

Ximena nos recomendó visitar la feria de artesanía en la Antigua Aduana, un edificio histórico (1889-1891) hoy convertido en centro cultural repleto de cerámica, textiles y artesanía local.

Para cerrar el día, subimos al Mirador Tiquicia, en las montañas de Escazú. La panorámica del Valle Central al atardecer es inolvidable: luces que despiertan como un cielo de luciérnagas. El restaurante ofrece un buffet tradicional y un espectáculo de bailes típicos con marimba.

Una despedida perfecta para una San José que aspira a ser mucho más que la puerta de entrada al país.