Hay lugares que no se visitan, se viven. Cuando llegué a Marrakech temía no poder disfrutar de la experiencia por culpa de los coches, taxis, bicicletas, tuk-tuks y el resto de medios de transporte que parecían querer mi muerte inminente. El corazón de la Kasbah es una locura. Pero como se suele decir: Un poco de locura es la sal de la vida. Y no puedo estar más de acuerdo con esta afirmación.
Entre callejones que huelen a especias y puertas de madera tallada que ocultan secretos centenarios, se encuentra La Sultana Marrakech. Un refugio (un refugio literalmente) suspendido entre el tiempo y el sueño. Es un hotel que conquista desde el primer momento porque más que un simple alojamiento es una experiencia sensorial. Al cruzar su puerta, el bullicio del zoco queda atrás y solamente nos queda el murmullo del agua y el aroma del azahar. Marrakech no se entiende con los ojos, sino con los sentidos. Y La Sultana es su mejor traductora.
Un riad con alma… y algo más

Para comprender La Sultana hay que entender qué es un riad: una casa tradicional marroquí construida hacia adentro, donde la vida gira en torno a un patio central. A diferencia de las casas europeas, el riad se protege del exterior. Sus ventanas no miran a la calle, sino al corazón de la casa. Así, el ruido y el polvo quedan fuera y dentro florece un universo íntimo, lleno de frescor, sombra y silencio. Está claro que es la mejor manera de poder vivir, o más bien sobrevivir, en las altas temperaturas que alcanza Marrakech en el verano.
La Sultana está formada por cinco riads interconectados, cada uno con su propio carácter, su historia y su alma. Sus patios son pequeños oasis dentro del bullicio de la medina que nos invitan a la relajación con sus fuentes, mosaicos e incluso palmeras. En ellos, el aire huele a jazmín, el agua corre sin prisa y el sonido de una fuente basta para hacerte olvidar que estás a solo unos minutos de la frenética plaza Djemaa El-Fnaa. Y resulta increíble si pensamos en el ajetreo que encontramos allí fuera… Sabes que sigue allí, pero ni lo ves ni lo escuchas. La entrada de La Sultana es como un portal al otro mundo.
Y mientras te dejas envolver por la calma, no es raro ver pasar algún gato sigiloso, dueño invisible de la Kasbah. En Marrakech abundan estos adorables felinos, símbolos de buena fortuna y tranquilidad. Como dice el refrán: Donde hay un gato, hay hogar. Y en esta parte de la medina, la vida parece confirmarlo. Justo al lado del hotel, en una casa vecina, vive una gatita tricolor que se pasea entre las terrazas, recibiendo caricias de los huéspedes y ronroneando bajo el sol. Cuando la conocí estaba embarazada y me imagino que ahora por el patio estarán corriendo sus peques. Que ganas de volver allí y conocerlos.
Diez siglos de historia restaurados con arte reinventándose cada día









La Sultana
El edificio, que alguna vez fue la residencia de un caíd (una antigua figura de autoridad local o regional en los países del Magreb), condensa diez siglos de herencia almohade (dinastía beréber que gobernó en los siglos XII y XIII), saadí (dinastía que reinó en los siglos XVI y XVII) y alauita (descendencia sharifiana que gobierna en Marruecos desde el siglo XVII hasta hoy). En 2001, el grupo hotelero La Sultana emprendió una meticulosa restauración junto con el Departamento de Monumentos Históricos y el Ministerio de Cultura del país. El resultado fue una obra maestra que respeta la autenticidad de la arquitectura tradicional marroquí, devolviendo al conjunto su antiguo esplendor.
Los maestros artesanos más prestigiosos de Marruecos participaron en la renovación: ebanistas, forjadores, ceramistas y artistas del zellige (el mosaico artesanal) que rescataron técnicas centenarias. Los techos de madera tallada, las columnas de mármol y los relieves de yeso esculpido son testimonio del arte y la paciencia que caracterizan al savoir-faire marroquí.
El arquitecto F. Cherradi, representante del Ministerio de Cultura, resumió la esencia del proyecto: Los maestros artesanos han restaurado la carpintería, los azulejos y la yesería para crear un hotel de lujo que, a la vez, respeta la arquitectura tradicional del edificio.
El arte de la hospitalidad marroquí






La Sultana
En La Sultana, cada rincón esconde detalles. Las lámparas de cobre proyectan sombras hipnóticas sobre las paredes de tadelakt, un revoco o enlucido de cal pulida a mano, y las puertas, decoradas con motivos geométricos, parecen abrirse a otra época. El hotel ha conseguido lo que pocos logran: transformar la historia en experiencias. Materiales como el mármol, madera, piedra o bronce se integran en un estilo contemporáneo que respeta la esencia del lugar. El lujo se mide en armonía, no en ostentación.
La Sultana ofrece 28 habitaciones y suites, todas distintas, todas llenas de personalidad. Algunas tienen bañeras de cobre dignas de un cuento oriental. Otras, balcones privados desde donde ver el amanecer sobre los tejados de la medina. En todas ellas, la decoración es un homenaje al arte marroquí incluido los techos altos, columnas, mármol, maderas preciosas y textiles.
El servicio tiene algo de invisible: discreto, atento, casi mágico. Los huéspedes de las suites disponen incluso de un mayordomo personal, al que pueden contactar con un teléfono exclusivo para cualquier deseo, desde una reserva de restaurante hasta un baño con pétalos de rosa. Pero lo más valioso es la calidez: en La Sultana uno se siente invitado de honor en una casa con alma. Y quizá sea por eso por lo que hasta los gatos del barrio parecen saberlo: se acercan a las puertas del hotel, se tumban al sol y descansan en paz. Como alguien me dijo alguna vez: Donde el gato se estira al sol, el alma descansa.
Un festín de sabores realmente adictivos






La cocina marroquí se presenta con sabores que remiten directamente al territorio y a su tradición. La Table de La Sultana es uno de los restaurantes del hotel y es una apuesta clara por la alta cocina marroquí mezclada con influencias francesas. Los productos son locales y de temporada: azafrán de Taliouine, sal de Zerradoune, comino de Alnif (volví a España siendo adicta al comino, lo digo en serio) y argán de Souss, ingredientes nobles que definen la identidad de cada creación.
Por su parte, en La Table du Souk, ubicada en la azotea, la experiencia es más relajada y luminosa, perfecta para el almuerzo. Desde allí, las vistas a la mezquita Moulay El Yazid son espectaculares. Y cuando cae la tarde, el bar Odette ofrece cócteles con especias locales mientras el mundo parece detenerse unos segundos antes del anochecer.
El spa: un santuario de calma

Entre arcos de mármol rosa y luces suaves, el Spa de La Sultana se presenta como un templo dedicado al bienestar. Inspirado en los baños romanos y en la tradición oriental, es un lugar donde el cuerpo se rinde a la lentitud. Las manos expertas de sus terapeutas guían masajes con aceites esenciales, rituales de hammam y tratamientos de belleza basados en ingredientes naturales.
En las terrazas superiores, los huéspedes pueden practicar yoga o pilates al amanecer. No hay reloj que mida ese instante: solo el silencio, el viento y el ronroneo distante de algún gato entre los tejados.
En La Sultana Marrakech descubres que el lujo no se mide en comodidades, sino en emociones: el perfume de la madera antigua, la textura del tadelakt bajo los dedos, el sonido del agua en un patio silencioso. Es la sensación de haber encontrado un lugar que se siente. Porque Marrakech no se mira: se vive con todos los sentidos.

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