Subimos por el carrer de Joan Xicó y llegamos a la Plaza de la Reina Sofía. Y las escaleras que llevan al Portal Nou, junto al Baluarte de Sant Pere, nos sedujeron con su tenue iluminación. Apenas había nadie. Y entonces comenzamos a subir y pude disfrutar por primera vez de la otra cara de Ibiza, la que yo desconocía, la histórica, la serena, la poética.
Porque a mí me entraban taquicardias y sudores fríos solo de pensar en fiestas en la playa, colas en discoteca y dj's de renombre internacional. Quita, quita. Por eso siempre miré a otro sitio cuando se trataba de las Baleares. Hasta que una noche, de rebote, me encontré con Dalt Vila. Y todo cambió. Después de recorrerla bajo la luz de las estrellas mi imagen de Ibiza fue otra. Y me enamoré... como todos los que pasan por aquí.
Sueño de una noche de verano en Dalt Vila

Nunca me picaron tantos mosquitos en tan poco tiempo. Eso también. Debía haber una reunión sindical de mosquitos en el baluarte Sant Jordi: estaban furiosos... y no había nadie más por allí a quien incrustar sus probóscides, así que mis brazos, piernas y hasta mi cara sufrieron su ofensiva: parecían aviones japoneses en Pearl Harbour.
Pero me dije que un poco de sangre era poco precio que pagar por las vistas que se pueden observar desde este baluarte, uno de los 7+1 que tiene esta ciudadela. Más uno porque es Revellí cuenta como medio baluarte, como luego descubrí. Merece la pena, si tienes tiempo, hacerte la ruta de los baluartes, una de las tres rutas "oficiales" que proponen desde el Ayuntamiento de Ibiza.
Pero, por aquel entonces, yo no iba con un plano en la mano, ni siquiera sabía muy bien lo que estaba viendo. Y, a veces, es mejor así porque todo es una sorpresa y, generalmente, agradable. Como la que me llevé mirando el puerto de Ibiza desde este lugar. Sí, allí había decenas de embarcaciones, muchas de ellas lujosas, pero yo pensé en las que llegaron un poco antes, las que trajeron a los primeros habitantes (foráneos) de la zona.

Porque este pequeño monte y sus alrededores fueron visitados en primer lugar por los fenicios, unos 2.700 años antes de que llegaran Carl Cox, Armin van Buuren y compañía. Era un enclave ideal en el Mediterráneo occidental para los mejores comerciantes de la Antigüedad. Los cartagineses tomaron el mando unos siglos más tarde. Y después llegaron los romanos, los árabes y, finalmente, los aragoneses de la mano de Jaime I en el Conquistador.
Pero pese a que en Dalt Vila pueden encontrarse restos de todas esas civilizaciones (en el cercano Museo y Necrópolis de Puig Molins puedes profundizar en este crisol cultural: "la necrópolis más extensa y mejor conservada del mundo") sería Felipe II el que daría el aspecto definitivo a la ciudad alta ibicenca. Su ingeniero militar Juan Bautista Calvi diseñó el primer proyecto de fortificación, que luego fue modificado con nuevos baluartes.
De la Plaça de la Catedral a la Plaça de Vila: de la soledad a la fiesta

Dejamos atrás el baluarte de San Jorge y pasamos al de Bernat por el carrer del Calvari para llegar al lugar más alto de la ciudad alta: desde aquí las vistas alcanzan hasta la vecina Formentera. En la anexa Plaça de la Catedral se encuentran los edificios más representativos de Dalt Vila, empezando por la catedral de la Virgen de las Nieves que luce a tono con el resto del entorno: sobria y castrense con esos poderosos contrafuertes que delatan su origen gótico.
Aquí también está el Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera y la Casa de la Cúria que alberga el Centre d'interpretació Madina Yabisa, la mejor forma de profundizar en el pasado musulmán de Ibiza: pasaron aquí más de tres siglos.
Es hora de bajar por el Carrer Major, cuyo nombre no hace justicia a la calle: se trata de una de las típicas calles estrechas de Dalt Vila que evocan otros tiempos, otros ritmos: por sitios así no podías ir muy deprisa.
Antes de tomar el carrer de Sant Ciriac, se puede bajar por el misterioso túnel que conecta por la Porta d'es Soto Fosc y por la que se sale de la muralla hacia el sur. En Sant Ciriac también está el Museo Puget: tanto la casona que alberga el museo como la propia colección de Narcís Puget Riquer merecen la pena. Junto al Museo de Arte Contemporáneo que se ubica en la Plaça de la Vila representa la faceta más vanguardista de Dalt Vila.

Y hacia allí nos dirigíamos aquella noche, aunque sin saberlo todavía. Pero en Dalt Vila (casi) todos los caminos conducen a la Plaça de Vila. Tras callejear un rato sin rumbo disfrutando de la soledad en un lugar con más de 25 siglos de historia, comenzamos a oír un tumulto al final de nuestro paseo.
Bajamos por el carrer de Sa Carrossa y decenas de personas ocupaban cada rincón de la Plaça de Vila. Fue como el despertar de un sueño de una noche verano... para entrar en otro. Porque Ibiza, por supuesto, también es esto: heladerías, restaurantes y tiendas en esta plaza que es pura vida. ¿Y qué podíamos hacer? Pues unirnos, que ya habíamos tenido suficiente soledad por aquella noche.
Y con un cóctel en la mano brindamos por el ilustre pasado de Dalt Vila. Porque esta ciudad, por supuesto, tiene muchas facetas y, por eso, aunque la mires por encima del hombro, terminas rendido a la evidencia: de noche o de día, en soledad o de fiesta, no hay ciudad como Ibiza.
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