¡Prepara las maletas, desabróchate el cinturón y, sobre todo, haz hueco en el estómago! Nos vamos a Gdansk, pero no en un año cualquiera. Nos vamos en 2025, el año en que esta deslumbrante perla del Báltico se vestirá con su delantal más elegante para coronarse como Capital Europea de la Cultura Gastronómica.
Esta ciudad, de identidad compleja y fascinante, ha sido polaca y alemana, un crisol de culturas donde el comercio era el idioma universal y la tolerancia una necesidad para el negocio. Como miembro clave de la Liga Hanseática, su puerto era un hervidero de barcos, mercancías e ideas. Esa riqueza se tradujo en las opulentas casas de los mercaderes que bordean la “Ruta Real”, cada una más alta y ornamentada que la anterior. Y en una despensa abierta al mundo que hoy nos ofrece una de las gastronomías más interesantes del país.
Historia de una ciudad convulsa

Pero Gdansk no es solo una cara bonita. Esta ciudad tiene un alma rebelde y una historia llena de batallas y reconstrucciones. Su propia identidad ha sido un campo de batalla, reflejado en los diferentes nombres que ha ostentado. Nació como la polaca Gdańsk, un asentamiento eslavo en el siglo X. Su destino cambió drásticamente cuando los Caballeros Teutónicos la conquistaron en 1308, imponiendo el nombre de Danzig y un férreo control germánico. Sin embargo, la ciudad nunca olvidó sus raíces y, tras más de un siglo, sus ciudadanos se rebelaron para volver a ponerse bajo la protección de la Corona de Polonia, iniciando su espectacular “Edad de Oro” como una ciudad real y portuaria dentro de la Mancomunidad de Polonia-Lituania.
Este periodo de esplendor terminó con las Particiones de Polonia a finales del siglo XVIII, cuando fue anexionada por Prusia, volviendo a ser oficialmente Danzig. Tras la Primera Guerra Mundial, en un intento de la comunidad internacional por resolver su identidad dual, fue declarada “Ciudad Libre de Danzig”, un pequeño estado semiautónomo bajo la protección de la Liga de Naciones, pero esta solución solo aumentó las tensiones entre Alemania y Polonia. Fue precisamente aquí, en la península de Westerplatte, donde el 1 de septiembre de 1939 sonaron los primeros disparos que dieron comienzo a la Segunda Guerra Mundial.




Fotos del centro histórico de Gdansk
Tras la devastación, en 1945 la ciudad fue devuelta a Polonia de forma definitiva, recuperando su nombre original, Gdańsk. Fue entonces, sobre las ruinas, cuando comenzó a forjarse su identidad moderna. Es también la “Cuna de la Libertad”, y no es un eslogan turístico. Fue aquí, entre el frío acero y las imponentes grúas de los astilleros, donde la historia del siglo XX dio un vuelco.
En agosto de 1980, lo que empezó como una huelga por el despido de una operaria se convirtió en un movimiento que cambiaría el mundo. Liderados por un electricista con un bigote memorable, Lech Wałęsa, y sus compañeros, los trabajadores no solo pedían mejores salarios; redactaron 21 postulados que eran un desafío directo al régimen comunista: pedían sindicatos libres, libertad de expresión y dignidad humana. Ese movimiento, Solidaridad (Solidarność), aglutinó a millones de polacos y, a pesar de la brutal represión de la ley marcial en 1981, la semilla de la libertad ya estaba plantada.
La despensa del Báltico

La cocina de Gdansk es el resultado de siglos de historia, comercio y tradiciones locales. La influencia de la Liga Hanseática y Alemania se nota en el gusto por los sabores agridulces, el uso de especias como el clavo y el jengibre, y una cultura cervecera que hoy vive una segunda juventud gracias a las cervecerías artesanales. Pero bajo esa capa internacional late un corazón puramente polaco.
El protagonista indiscutible es el pescado. El arenque (śledź) es el rey de los aperitivos. Lo encontrarás servido de mil y una formas, a cada cual más deliciosa. Mi favorito es el śledź w oleju, marinado en aceite con aros de cebolla cruda, una delicia sencilla y potente. También lo verás en crema agria (w śmietanie) o al estilo casubio, con una salsa de tomate ligeramente especiada. Pero no solo de arenques vive Gdansk; el bacalao del Báltico, el salmón, la trucha y la lucioperca son habituales en las cartas.
Por supuesto, estamos en Polonia, así que los pierogi son religión. Estas empanadillas de masa cocida son el plato reconfortante por excelencia. Olvídate de los que has probado fuera de aquí. Los auténticos pierogi son una obra de arte. Los más famosos son los ruskie (desde la guerra de Ucrania los encontrarás también con el nombre de ukraińskie), rellenos de una mezcla de patata y queso fresco (twaróg), pero te animo a que pruebes los de carne, los de col y setas, o incluso los rellenos de frutas del bosque como arándanos o fresas, servidos con un poco de crema dulce.


Un plato de pierogi y arenques
Para los días fríos, no hay nada como un guiso contundente. Y aquí el bigos se lleva la palma. Conocido como el “guiso del cazador”, es una preparación cocinada a fuego muy lento durante horas, a veces días. Su base es una mezcla de col agria (sauerkraut) y col fresca, a la que se le añaden diferentes tipos de carne (cerdo, ternera), embutidos como la kielbasa, setas silvestres secas y ciruelas pasas que le dan un contrapunto dulce.
Y no podemos olvidarnos de las sopas. En Polonia las sopas son un primer plato sagrado. La más icónica es la żurek, una sopa con una base de harina de centeno fermentada (zakwas) que le da un característico y delicioso sabor agrio. Se suele servir con trozos de salchicha blanca (biała kiełbasa) y un huevo duro. La presentación es a menudo espectacular: en un cuenco hecho de pan cuyo interior puedes ir rebañando a medida que te comes la sopa.
Para beber, más allá de la cerveza (la escena de la cerveza artesanal o piwo rzemieślnicze es fantástica), tienes que probar dos cosas. Primero, el vodka, claro. Olvida los chupitos salvajes de tu juventud. El vodka en Polonia se respeta y se saborea. Pide una Żubrówka, con su peculiar toque herbáceo, o una Belvedere si te sientes sofisticado. Y segundo, la bebida local por antonomasia: Goldwasser (”agua de oro”). Se trata de un licor de hierbas creado en el siglo XVI que tiene la particularidad de contener pequeñas lascas de oro de 22 quilates suspendidas en el líquido. Una excentricidad de la época hanseática que ha sobrevivido hasta hoy.
Tres experiencias gastronómicas para descubrir Gdansk
Ahora sí, con el estómago rugiendo, te propongo tres planes infalibles para que tu viaje sea una auténtica inmersión gastronómica. ¡Sígueme, que te llevo de la mano!
Escapada marinera a Sopot

A solo 15 minutos en tren desde la estación central de Gdansk (Gdańsk Główny), te espera un cambio de aires radical. Bienvenido a Sopot, el balneario más glamuroso de Polonia. Lo primero que debes hacer es pasear por la calle Monte Cassino, una arteria peatonal llena de vida que desemboca en el mar. No te pierdas el Krzywy Domek o “Casa Torcida”, un edificio que parece sacado de un dibujo animado. Camina hasta el final y adéntrate en el famoso muelle de Sopot, que con sus 500 metros de largo es el más largo construido en madera de toda Europa.
Después de llenarte los pulmones de aire yodado, llega el momento del homenaje. A pocos pasos de la playa, te recomiendo reservar en Fisherman, un restaurante que, como su nombre indica, rinde culto a los tesoros del Báltico. Su propuesta ha sido reconocida con una estrella Michelin, pero no te asustes, el ambiente es sofisticado pero acogedor. Aquí la cocina es precisa, elegante y centrada en un producto impecable.


Empieza con un tartar de salmón del Báltico o unas vieiras perfectamente selladas. Como plato principal, déjate aconsejar y prueba el pescado del día: una lucioperca a la plancha con puré de chirivía y espárragos de temporada, o un rodaballo salvaje para compartir.
Pero si tu cartera (y tu vestimenta) piden algo más relajado, si lo que buscas es el sabor auténtico del Báltico sin florituras, entonces tienes que hacer lo que hacen los locales. A lo largo de la playa encontrarás un montón de bares y restaurantes más informales, casi chiringuitos, con terrazas de madera que prácticamente tocan el mar. Aquí el menú es sencillo y muy sabroso: pides en el mostrador un pescado fresco del día, una platija (flądra) o un buen trozo de bacalao (dorsz). Te lo fríen en el momento con un rebozado crujiente y te lo sirven con patatas fritas y una ensalada de col. Coge tu bandeja, una cerveza polaca bien fría y busca una mesa con vistas al atardecer.
La nueva ola gastronómica en los astilleros

Si te alejas un poco del bullicio de postal del casco antiguo y caminas hacia el norte, en dirección a esas enormes grúas que se ven a lo lejos, te encontrarás con un paisaje completamente diferente. Las fachadas de colores pastel dan paso al ladrillo rojo y al acero oxidado. Bienvenido a los antiguos Astilleros de Gdansk, el lugar donde la ciudad no solo construía barcos, sino que forjó su historia reciente y cambió el destino de Europa. Justo aquí, en este vasto terreno post-industrial, es donde late el pulso más excitante y moderno de Gdansk.
Empieza por visitar dos museos que son, para mí, imprescindibles y que se complementan a la perfección. Primero, el Museo de la Segunda Guerra Mundial, un edificio espectacular y sobrecogedor que te sumerge en la tragedia que comenzó precisamente aquí. Es una visita dura, emotiva, pero necesaria. Después, camina hasta el cercano Centro Europeo de Solidaridad (ECS). Ubicado junto a la histórica Puerta Nº 2 del astillero, nos recuerda el casco de un barco en construcción y nos permite entender la lucha polaca por la libertad y su impacto en el mundo.
Y ahora que el alma se ha llenado de historia, toca darle una alegría al estómago. Olvídate de la idea de una cena formal con mantel de lino, porque el pulso más enérgico y rompedor de la Gdansk actual se encuentra justo aquí, en los terrenos del antiguo astillero.


Mi primera parada obligatoria es Montownia Food Hall. Imagina una gigantesca nave industrial de ladrillo rojo, un antiguo taller donde se ensamblaban los temibles submarinos U-Boot, reconvertido en un espectacular mercado gastronómico. Con techos altísimos, vigas de acero a la vista y una cuidada decoración industrial, este espacio interior bulle de energía durante todo el año.
Aquí encontrarás más de veinte puestos de comida que ofrecen un viaje culinario por el mundo: desde ramen japonés y tacos mexicanos hasta hamburguesas gourmet y, por supuesto, versiones modernas de clásicos polacos. Es el lugar perfecto para ir en grupo, ya que cada uno puede elegir lo que le apetezca y luego sentaros todos juntos en las largas mesas comunales.
Si visitas Gdansk en los meses cálidos, tu sitio es 100cznia (se pronuncia “Stocznia”, que significa “astillero”). Te encontrarás en un espacio totalmente al aire libre construido con contenedores de transporte marítimo pintados de colores vivos. Cada contenedor alberga un food truck, un bar de cócteles o una pequeña tienda de diseño.
El ambiente es puramente festivalero: música sonando, gente tomando el sol en tumbonas, partidas de ping-pong y una increíble oferta de comida callejera de calidad. Puedes comerte unas gambas al ajillo, una pizza napolitana o un helado artesanal mientras disfrutas de una cerveza local. Es el plan perfecto para una tarde-noche de verano.
Y si buscas el rollo más alternativo y berlinés, tu destino final tiene que ser Ulica Elektryków (“Calle de los Electricistas”). Esta es la arteria principal del corazón underground de Gdansk. Es un espacio post-industrial en estado puro, con muros cubiertos de graffiti, instalaciones artísticas y un escenario donde se celebran conciertos y sesiones de DJ de música electrónica hasta altas horas. La oferta gastronómica es más sencilla, centrada en food trucks y bares, pero el ambiente es magnético (nunca mejor dicho). Es un lugar para tomar una copa, bailar y sentir la energía creativa de una ciudad que ha convertido sus cicatrices industriales en su seña de identidad más vanguardista.
Una comida más tradicional junto al río y el casco histórico

Para nuestra última aventura culinaria, volvemos al corazón palpitante de Gdansk, a su postal más icónica: la ribera del río Motlawa. Este es el lugar para pasear sin prisa al atardecer. Empieza en la Puerta Verde y camina por el muelle largo (Długie Pobrzeże), dejando que tu mirada se pierda en los reflejos de las fachadas en el agua, los barcos piratas turísticos (¡una turistada divertida, por qué no!) y la imponente silueta de la Grúa (Żuraw), la mayor grúa portuaria de la Europa medieval, un prodigio de la ingeniería de la época.
Cuando el hambre apriete y te apetezca un festín tradicional, de esos con historia y alma, tienes que ir a Restauracja Pod Łososiem, que se traduce como “Bajo el Salmón”. Y no es un nombre cualquiera. Este restaurante, fundado en 1598, es uno de los más antiguos de la ciudad y el lugar donde, según se dice, se creó por primera vez el famoso licor Goldwasser. La decoración es opulenta, con maderas oscuras, tapices y un aire señorial. El servicio es impecable y la comida, un canto a la tradición polaca.






Pero si “Pod Łososiem” se te va de presupuesto o simplemente buscas un ambiente diferente, ¡no te preocupes! El casco histórico está lleno de opciones. La propia ribera del río está repleta de restaurantes con terrazas que son una gozada. Aunque algunos son más turísticos, la opción de cenar con vistas a la Grúa y a los barcos iluminados es una experiencia que hay que vivir. Mi consejo es que pasees, eches un vistazo a las cartas y te dejes guiar por tu instinto. A veces, el mejor plan es el menos planeado.
Y si quieres escapar un poco de la “primera línea de batalla” turística, te recomiendo que te pierdas por las calles paralelas. Un lugar que me encanta es Ulica Piwna, que literalmente significa “Calle de la Cerveza”. No es casualidad, históricamente era el centro de los cerveceros de la ciudad. Hoy sigue haciendo honor a su nombre y está llena de pubs y restaurantes con un ambiente increíble, más ruidoso y animado.
Aquí puedes encontrar desde locales que sirven costillas espectaculares hasta bares de pierogi más modernos. Es el sitio perfecto para una cena más informal y para probar algunas de las fantásticas cervezas artesanales locales. Es el alma fiestera del casco antiguo, y sin duda, un lugar donde terminar la noche con el mejor sabor de boca.
Mi último consejo: Visita Gdansk durante la Feria de Santo Domingo

Y ahora, déjame contarte un secreto a voces, una recomendación que podría transformar por completo tu viaje a Gdansk. Si tienes la suerte de poder elegir cuándo ir, mi consejo es que apuntes en el calendario a finales de julio y principios de agosto. ¿Por qué? Porque durante tres semanas, la ciudad no solo celebra el verano; se convierte en un auténtico y maravilloso caos organizado gracias a la Feria de Santo Domingo (Jarmark św. Dominika).
Y cuando digo feria, no te imagines cuatro puestos y un tiovivo. Hablamos de uno de los eventos comerciales y culturales al aire libre más grandes y antiguos de toda Europa. Sus orígenes se remontan, nada más y nada menos, que al año 1260, cuando el Papa concedió a los monjes dominicos de Gdansk el permiso para celebrar una feria con motivo del día de su santo patrón.
Lo que empezó como un evento religioso donde los fieles podían obtener indulgencias se convirtió rápidamente en un punto de encuentro para mercaderes, artistas y personajes de todo tipo. Barcos de toda Europa llegaban cargados de vino, especias, seda… mientras por las calles se mezclaban piratas, trovadores y charlatanes vendiendo elixires milagrosos.






Feria de Santo Domingo
Hoy, más de 760 años después, ese espíritu de bullicio y comercio sigue intacto, aunque por suerte con menos piratas. Durante la feria, el casco antiguo se transforma. Decenas de calles se llenan con más de mil puestos de madera donde puedes encontrar absolutamente de todo. Y cuando digo de todo, es de todo. Hay zonas dedicadas a los artesanos, donde puedes comprar desde las famosas joyas de ámbar del Báltico hasta cerámica pintada a mano o juguetes de madera.
Pero lo más divertido es perderse por la zona de antigüedades y el mercadillo de pulgas. Allí, entre montañas de objetos, puedes encontrar desde cascos de la Segunda Guerra Mundial y viejos vinilos hasta muebles de la época comunista y todo tipo de cachivaches que no sabías que necesitabas. Es un paraíso para los curiosos y los cazadores de tesoros.
Pero, vamos a lo que nos interesa: la comida. La feria es un festival gastronómico en sí misma. El olor a carne a la parrilla lo inunda todo. Tienes que probar el oscypek, un queso de oveja ahumado típico de las montañas de Polonia que aquí te lo hacen a la plancha y te lo sirven con mermelada de arándanos. ¡Una delicia! También encontrarás enormes salchichas (kiełbasa), codillo de cerdo asado y, por supuesto, puestos de pierogi por todas partes. Y para el postre, no puedes irte sin comprar el símbolo de la feria: un pan de jengibre en forma de gallo o un collar hecho de rosquillas.
Hay música en vivo en cada esquina, espectáculos de teatro callejero, desfiles y conciertos en los escenarios principales. La ciudad entera está de fiesta. Caminar entre la multitud, con una cerveza fría en una mano y un queso a la plancha en la otra, mientras buscas un recuerdo único, es una experiencia que te sumerge por completo en el alma de Gdansk.
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