Más allá de sus neones, la capital nipona vive en continua reinvención, siempre mezclando tradiciones milenarias con su imparable innovación tecnológica. Una fusión perfecta que se manifiesta en templos, jardines y rascacielos, todos dotados de una cultura tan vibrante como inagotable. ¡Nunca visitarás el mismo Tokio dos veces!

Las panorámicas que fotografiaste desde aquel mirador se han llenado de nuevos rascacielos, las escaleras que conducían a un bar clandestino han desaparecido y el delicioso restaurante que descubriste en una calle inesperada se ha transformado en una moderna cafetería. No importa las veces que hayas estado, resulta imposible conocer Tokio en profundidad. Mientras que la mayoría de las ciudades, a lo largo y ancho del planeta, protegen sus vetustos edificios, aquí la historia se escribe de una forma completamente distinta.

Una casa de madera del periodo Edo (1603 – 1868) puede ser sustituida, en cuestión de semanas, por una torre de cristal minimalista, porque en Japón los patrimonios son más intangibles que materiales. Una idea que va en consonancia con la mentalidad mujō, como parte esencial de la vida nipona, en la que la belleza reside en lo efímero.

Tokio

Así, esta incansable urbe renace a diario entre atípicas cafeterías, templos reconstruidos y modernos distritos, haciendo que todos y cada uno de sus rincones permanezcan en constante cambio. Para constatarlo no hay nada mejor que perderse por sus barrios, cada uno con una identidad propia. Entre sus grandes avenidas y callejones estrechos, también comprobaremos que la metrópoli no tiene un centro propiamente dicho, sino varios epicentros donde la vida late, a partes iguales, entre tradición y vanguardia.

Chiyoda, el área que se extiende alrededor del Palacio Imperial y la Estación de Tokio –repleta de restaurantes donde degustar la cocina japonesa–, ha concentrado históricamente el poder político y económico de Japón entre jardines y el parque Kitanomaru. Muy cerca, el barrio de Shinjuku contrasta con su excitante vida nocturna entre neones y la estación de tren más grande del mundo. Este distrito puede considerarse el corazón de Tokio por mostrar la mejor fusión entre ocio y negocios bajo un inmenso bosque de rascacielos futuristas.

Cuando Tokio se ralentiza

Si hay un momento para disfrutar de la impermanencia de Tokio, ese es el otoño. Cuando los ginkgos y arces tiñen de ocres, naranjas y dorados parques, jardines y avenidas. A diferencia de la explosión de cerezos, que colorean de blanco las panorámicas tokiotas en primavera dando lugar al hanami (la contemplación de la belleza de las flores), el koyo –la observación del follaje otoñal– muestra una cara más especial y melancólica. Los parques se convierten en lugares más mágicos si cabe, especialmente por la noche, cuando la iluminación artificial, preparada para la ocasión, magnifica esta estampa de color.

Entre los lugares más especiales donde experimentarlo se encuentran los jardines Rikugien, en el distrito Bunkyo, o el Parque Hibiya, el primero de estilo occidental en Japón. Otro punto clave donde ensimismarse con el cambio de estación es la avenida de ginkgos Meiji Jingu Gaien, transformada en un túnel dorado.

No obstante, el espectáculo otoñal más impactante se muestra a las afueras de la ciudad, en lugares como el Monte Takao, a solo una hora del centro, donde es posible hacer rutas de senderismo de distintos niveles. Más salvaje y menos transitado es el pueblo de Okutama. Allí, lejos de las prisas de Tokio, los colores vibrantes del momiji se disfrutan mejor en un onsen, los típicos baños termales naturales de Japón.


Uno de los más recientes es Tokyu Kabukicho Tower, que, con 48 plantas, es el decimonoveno edificio más alto del país. Inaugurado en 2023, cuenta con un diseño inspirado en el agua. En su interior guarda una amplia propuesta de ocio innovadora: cines, galerías de arte, teatros, un centro de bienestar, una atracción con el nombre de Tokyo Matrix y un espacio gastronómico con entretenimiento en vivo.

Otro observatorio indispensable en Shinjuku, y además gratuito, es el del Edificio del Gobierno Metropolitano, desde donde se puede divisar el Monte Fuji en días despejados.

Las torres de Shibuya también tratan de alcanzar el Monte Fuji, allá en la lejanía. ¿Por qué no intentarlo desde uno de los miradores más modernos de la ciudad? En 2019, Shibuya Sky se incorporó a la lista con sus paredes de cristal a cielo abierto que proporcionan vistas de 360 grados. Una zona de hamacas permite tumbarse cerca del sol, especialmente al atardecer, momento en que los últimos rayos del astro dan paso a un impresionante espectáculo de luces.

Otro ejemplo de la continua evolución de Tokio es Miyashita Park, un parque aéreo sobre un centro comercial donde no faltan un skatepark, una cancha de vóley-playa y un rocódromo.

Entre torres de cristal decoradas con pantallas gigantes y centros comerciales sobreviven templos como Konnoh Hachimangu, el santuario de Meiji Jingu o el parque Yoyogi. Aunque si por algo es conocido Shibuya es por su famoso cruce peatonal, el más transitado del planeta. En la confluencia de esta intersección, la estatua de Hachiko recuerda la lealtad que este perro mantuvo con su dueño.

Contraste en los museos

Tokio sigue mostrándonos sus continuos cambios y contrastes en museos como Nezu, a menos de 10 minutos del bullicioso Omotesando. Diseñado por el arquitecto Kengo Kuma, está abrazado por un jardín japonés. Dentro, sus salas exponen caligrafías, textiles, pinturas y cerámicas en amplios espacios que muestran que el arte es también espacio y tiempo. Muy diferente, pero igual de fascinante, es el Museo Sumida Hokusai, dedicado al maestro de las olas y las montañas. Las pinturas y grabados de Hokusai se hicieron mundialmente famosos, permaneciendo ligadas a la historia y cultura de Japón. El edificio futurista se encuentra en el barrio natal del artista.

Para quienes busquen una experiencia artística más moderna y envolvente, no deben perderse TeamLab Borderless, ubicado en Azabudai Hills. Proyecciones digitales, espejos y música dan forma a las instalaciones de este sorprendente museo inmersivo.


Para sumergirse en el monumento más antiguo de la ciudad, el templo Senso-ji, hay que dirigirse al barrio de Asakusa. De él parte la calle Nakamise, flanqueada por tiendecitas con mucha tradición. No obstante, los amantes de las grandes compras deberán dirigirse al lujoso distrito de Ginza.

Edificios de diseño firmados por arquitectos de renombre esconden galerías de arte, casas de té y numerosas tiendas de distinta especialidad. En Ginza nadie debe perderse una representación de kabuki en el teatro Kabukiza, una forma tradicional de teatro que combina música, drama y danza con actores masculinos que representan roles de ambos sexos.

La isla artificial de Odaiba, localizada en la bahía y comunicada por tierra firme a través de un moderno tren de la línea Yurikamome que cruza el impresionante puente Rainbow, guarda algunos de los mejores secretos de la ciudad. Entre ellos figuran el museo de arte digital Teamlab Planets, al que acceder con los pies descalzos para vivir una experiencia sensorial, y una pequeña réplica de la Estatua de la Libertad, instalada en 1998.

Odaiba no es la única zona que parece salida de un manga de ciencia ficción. Akihabara, paraíso tecnológico y del anime, destaca por sus centros de videojuegos y restaurantes donde los camareros son robots. El barrio de Nakano también es refugio de otakus y coleccionistas de cómics antiguos, aunque está llevando a cabo un nuevo desarrollo urbanístico.

Otras áreas menos conocidas también ofrecen fabulosos contrastes. Es el caso de Shibamata, situada al noreste de Tokio. Su calle comercial Taishakuten Sando conduce al templo de Taishakuten entre tiendas de abanicos pintados a mano, cuchillos artesanales, dulces de arroz, darumas (unos muñecos tradicionales inspirados en Bodhidharma, un monje budista del siglo VI), y más regalos originales.


Los mil sabores de Tokio

La escena gastronómica tokiota también cambia a pasos agigantados, pero siempre conservando la esencia de sus raíces. Uno de los mejores ejemplos lo muestra Kura Sushi, que cuenta con una de las cintas de sushi más largas del mundo, ubicado en la estación Oshiage, donde también es posible hacerse con una cápsula de regalos en su gigantesca máquina de bolas.

Pero la gastronomía japonesa es mucho más que sushi y ramen. Platos como soba, udon, okonomiyaki, tempura, tonkatsu o gyozas forman parte de la rica tradición culinaria del país del sol naciente. Una de sus particularidades es que cada restaurante se especializa en una sola elaboración, por lo que tan solo habrá que decidir qué apetece y dejarse llevar. Desde puestos callejeros donde se fríen takoyakis hasta los sofisticados menús degustación que han posicionado a Japón como el país con más estrellas Michelin del mundo.

Entre toda esta variedad, los yokocho, estrechos callejones repletos de bares minúsculos, están dedicados al yakitori. No podemos perdernos lugares como Nonbei Yokocho, en pleno Shibuya, o el famoso Omoide Yokocho, escondido entre los enormes edificios de Shinjuku. En estos callejones, dotados de gran personalidad, el humo de las parrillas se mezcla con el olor a carbón. Será el mejor lugar para probar los míticos pinchos de pollo a la brasa servidos junto a sake caliente.

Junto a los yokocho, las izakayas –tabernas japonesas– completan este recorrido por la aclamada gastronomía nipona.


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