Descubrimos la historia de Egeria mientras explorábamos el origen litúrgico de la Semana Santa. ¿Una mujer viajando sola durante más de tres años por Palestina, Mesopotamia y Asia Menor hace más de 1.600 años? Desde luego, no era algo habitual en su época. Pero es que, además, Egeria dejó constancia por escrito de su odisea convirtiéndose en la autora del primer libro de viajes (conservado) escrito por un oriundo de la península ibérica.

Para aquellos que todavía creemos en el viaje no como un derecho, sino como un deber que trasciende, con mucho, el turismo y el ocio, Egeria es una referencia porque viajó por pura pasión, movida por la pulsión de descubrir y, en su caso, confirmar que sus creencias eran verdaderas. Pero, por el camino, encontró mucho más que los lugares sagrados de la Biblia...

Egeria: de Hispania a Palestina en el siglo IV

Ilustración del Monte Sinaí - Depositphotos

"Allí pues, pasamos aquella noche, y el domingo temprano, comenzamos desde allí a subir los montes uno por uno. Se sube a ellos con inmenso trabajo, porque no los subes poco a poco dando rodeos —en caracol— como decimos, sino que subes todo derecho como si fuera por una pared; y es necesario bajar derechamente por cada uno de dichos montes hasta llegar al pie mismo del de en medio, que es propiamente el Sinaí".

Así describe Egeria su ascenso al Monte Sinaí, en las primeras páginas conservadas de su relato. Si hoy en día, cuentan los que han llegado hasta allí, ya es bien complicado subir al Sinaí, imagínate en la época de Egeria, en la que hasta debía ser acompañada de soldados en zonas como esta por su peligrosidad.

Pero esta viajera hispana no había llegado hasta aquí para quedarse en las faldas de uno de los lugares sagrados más importantes de la cultura judeocristiana. Porque los grandes viajes siempre tienen su ración de épica.

Un viaje épico que empieza en su Gallaecia natal. ¿Gallega? ¿Berciana? ¿Portuguesa? ¿Francesa? Los historiadores no pueden confirmar el lugar exacto de su procedencia ni nacimiento, pero Valerio, un abad de El Bierzo de la segunda mitad del VII que proporciona la primera información sobre ella, nos indica que "había nacido en el extremo litoral del mar Océano occidental".

Así pues, se puede conjeturar que Egeria era gallaica, de aquella provincia romana que aglutinaba Galicia, el norte de Portugal, y partes de las actuales provincias de León, Asturias y Zamora.

Y lo que tampoco está del todo claro es su itinerario exacto debido a que solo se conservan 22 de las 37 páginas originales... ¡y gracias! Porque el hallazgo de una copia escrita en el siglo XII en la biblioteca Fraternita dei Laici de Arezzo en 1888 merecería otro capítulo porque constituye otra feliz odisea.

Pese a que la primera página conservada nos sitúa frente al monte Sinaí, los historiadores consideran que su primer destino desde España fue Jerusalén (tal vez a través de Constantinopla) donde pudo estar hasta tres años, para luego iniciar un periplo que le lleva primero a Egipto para regresar después hacia Jerusalén en dirección a Mesopotamia para después seguir hacia el norte rumbo a Antioquía, Asia Menor y Constantinopla, última etapa de su viaje.

La curiosidad viajera de una mujer 'más fuerte que todos los hombres del siglo'

Interior del Santo Sepulcro en Jerusalén - Depositphotos

Así la definió Valerio que no la conoció directamente, pero que tenía más referencias directas sobre ella y su obra (completa). Bien es cierto que el abad berciano también pretende destacar el carácter devoto e irreductible de Egeria, pero parece evidente que el temperamento de la viajera hispana era decidido e intrépido.

Ya lo indica la profesora de Historia Antigua de la Universidad de Oviedo Rosa María Cid López en este artículo: pese a no ser la primera viajera en los lugares sagrados y a que la peregrinación comenzó a "ponerse de moda" desde la segunda mitad del siglo IV, el viaje debió estar lleno de dificultades logísticas.

Si ya es complicado organizar un viaje en nuestra época, imaginaos en esta. Pero Egeria no muestra ni una sola queja ni rastro de ironía en su relato: todo es agradecimiento y generosidad, especialmente para aquellas personas que la ayudaron durante su viaje, que fueron muchas, al parecer.

Y es que Egeria cuenta las distancias de su peregrinaje en mansiones o stationes "lugares marcados en las vías de comunicación y separadas por el tramo que se podía recorrer en una jornada, donde se construyeron edificios para albergar a los viajeros; éstos disponían de agua, y, en ciertos casos, incluso de baños". Pero también dormía en posadas o monasterios, donde se apreciaba la hospitalidad de sus anfitriones: "una práctica habitual en Egipto y Siria".

Basílica de Getsemaní y Monte de los Olivos en Jerusalén - Depositphotos

Porque Egeria no solo describe las liturgias de los lugares sagrados (a lo que dedica la segunda parte de su relato), sino también describe los paisajes y sus gentes, con especial atención a los anacoretas y a los eremitas, esos personajes solitarios (y míticos) que vivían entregados a la contemplación, una costumbre que no tardó en extenderse hacia Europa llegando a España.

Este viaje era duro, sí, pero también "un lujo", por lo que no pocos historiadores consideran que Egeria no era una monja anónima, sino probablemente una religiosa de familia aristocrática que le había proporcionado los medios para organizar este viaje de varios años a Jerusalén y otros lugares sagrados, incluso disponiendo de un salvoconducto especial que solo se entregaba a viajeros que venían "con recomendación".

Los viajes de verdad no terminan nunca

Una mujer en los montes Eilat al sur de la actual Israel - Depositphotos

Pero hay una faceta más en el viaje de Egeria que nos recuerda a muchos viajeros actuales, aquellos que van persiguiendo un lugar que han conocido por otros medios, ya sean literarios o cinematográficos.

Nos podemos imaginar la emoción que pudo sentir Egeria al entrar en Jerusalén, al subir al Gólgota o al Monte de los Olivos, descubriendo que aquellos lugares sobre los que tanto había leído eran reales, confirmando que lo que decía la Biblia sobre ellos era "verdad". Claro que por allí ya no estaba Jesucristo ni San Juan Bautista pero para Egeria estar allí, donde "sucedió" todo, fue, sin duda, una experiencia extática.

Todavía recuerdo cuando recorrí miles de kilómetros para buscar algunos lugares "sagrados"... sagrados para mí: un hotel y una casa en las que se habían rodado varias escenas de una película que marcó una parte de mi vida. Porque aquellos lugares no estaban señalados en ninguna guía, ni tenían un cartel indicativo: había que buscarlos.

Y cuando finalmente, tras mucho buscar, me acerqué a aquel edificio a abandonado sentí una cierta melancolía: "¿qué hacía yo allí? ¿para qué tanto esfuerzo?". Pero cuando me acerqué un poco más y vi que en la fachada todavía se podía distinguir el letrero del título de la película tuve una sensación inolvidable, un vacío, pero también un éxtasis: aquella película había sido "real"... habían estado allí.

Por supuesto, no es lo mismo viajar por motivos religiosos que culturales (o lo que sea), pero esta clase de motivaciones que convierten los viajes en experiencias catárticas transforman estos periplos en odiseas vitales: no se trata de ver un monumento que "todo el mundo ve" porque todo el mundo lo ve, sino contemplar algo externo que refleja una parte de ti, que ha configurado tu carácter.

No hay constancia de que Egeria volviera de su viaje a tenor de las últimas palabras de su texto hablando de la muerte ("dignaos acordaros de mi, sea que esté viva, o sea que haya muerto"), pero es que esta viajera nunca tuvo prisa por volver a casa. De hecho, seguía queriendo "conocer otros lugares"... Porque los viajes de verdad no terminan nunca, incluso cuando vuelves a casa.