Es una de esas joyas que parecen olvidadas, casi escondida en el norte de Aragón, entre montañas imponentes y valles que parecen salidos de un sueño. Su paisaje, vertebrado por los ríos Ésera, Isábena y Noguera Ribagorzana, combina la grandeza de la naturaleza con pueblos cargados de historia y un patrimonio cultural que parece detenido en el tiempo.
Con frecuencia, quien se aventura hasta el Pirineo aragonés en invierno lo hace atraído por las magníficas estaciones y pistas de esquí que se distribuyen por los diversos valles de Huesca. Uno de los destinos más populares para el turismo de nieve, gracias al éxito de la estación de Cerler, en el Valle de Benasque, en la comarca de la Ribagorza. Sin embargo, muchos visitantes –seducidos por el irresistible hechizo del manto invernal– pasan por alto otras joyas que aguardan en este territorio aragonés de paisajes únicos. Para quienes se atreven a explorar más allá de las pistas, la Ribagorza revela su verdadero espíritu: un rincón colmado de historia, cultura, y parajes asombrosos que no dejan indiferente.
Graus: la puerta de los Pirineos

Situada en la confluencia de los ríos Ésera e Isábena, al sur de la comarca, se encuentra Graus, la capital de la Ribagorza. Con un rico pasado que se remonta a la época de las luchas entre musulmanes y cristianos, hoy en día su casco antiguo –declarado Conjunto Histórico– recibe al visitante con un buen número de edificios que, como la basílica de la Virgen de la Peña o la Casa Bardaxí, mantienen viva la memoria de tiempos lejanos. Tanto es así, que en muchos de los rincones de la localidad todavía se respira un aire de otra época que se mezcla con la vitalidad de sus habitantes y la calidez de sus costumbres.
Atravesando el Portal de Linés –una de las antiguas entradas a la villa, del siglo XVI–, se alcanza la Plaza Mayor, que puede presumir de ser una de las más hermosas y coloridas de España. Flanqueada por edificios con soportales, destaca por los murales que adornan sus fachadas y que convierten el espacio de este foro porticado en un escenario casi teatral.




Graus - Fotos: Javier García Blanco
Entre sus joyas se encuentran la Casa Heredia, con un gran reloj de sol y decoraciones barrocas; la Casa Barón (con alegorías de las Artes y las Ciencias); o el Ayuntamiento, un bello ejemplo de la arquitectura renacentista aragonesa. Desde aquí, los visitantes pueden subir al santuario de la Virgen de la Peña, enclavado bajo la impresionante Peña del Morral, que ofrece un espléndido mirador al paisaje de la comarca. Las vistas desde el santuario, con los valles y montañas extendiéndose hacia el horizonte, son de las que quedan grabadas en la memoria.
Tampoco faltan en Graus tradiciones vivas y fiestas populares. Una de las más destacadas es la del Día de la Longaniza, que tiene lugar cada año el último sábado de julio. Declarada Fiesta de Interés Turístico, atrae a visitantes de todas partes para degustar la famosa longaniza de Graus, reconocida incluso en el Récord Guinness. La fiesta es un auténtico despliegue de color, sabor y alegría, y llena las calles con una muestra de la identidad local y la hospitalidad de sus gentes.
Roda: la vieja capital

Siguiendo el curso del río Isábena desde Graus, en apenas 25 minutos se llega a Roda de Isábena, la que fue capital y sede episcopal del antiguo condado independiente en la Edad Media. Aunque hoy no tiene más de 30 habitantes, Roda conserva un patrimonio histórico y artístico impresionante. De hecho, está considerada la población más pequeña de España con una catedral (aunque actualmente ya no cumpla esa función).
Situada en lo alto de una colina y declarada Conjunto Histórico, sus calles medievales, sus murallas y la impresionante excatedral de San Vicente conforman una imagen realmente singular. El templo, obra de maestros lombardos y consagrado en el siglo XI, es uno de los máximos exponentes del románico en Aragón y fue la primera catedral que se levantó en el antiguo reino.
En ella encontramos detalles únicos, como su pequeño y austero claustro –“decorado” con inscripciones laudatorias–, que invita a la contemplación. La visita guiada es imprescindible para descubrir todos los detalles de las criptas, los frescos y el sarcófago y la famosa silla de San Ramón, que fue robada en los años 70 por el célebre ladrón de arte Erik el Belga, y más tarde recuperada.





Roda- Fotos: Javier García Blanco
Si la visita al antiguo templo catedralicio es un recorrido fascinante, pasear por las calles de Roda supone caminar entre las mismas piedras que pisaron los antiguos condes de Ribagorza y las gentes que levantaron este rincón casi mágico. A un costado de la antigua catedral, el palacio prioral (del siglo XVI) se alza como recuerdo de aquel pasado ilustre, mientras la cercanía de la naturaleza aporta a Roda un atractivo que sobrecoge por sus vistas espectaculares. Desde lo alto, el valle se extiende en un mosaico de verdes y marrones, surcado por el río que le da nombre, con montañas no muy lejanas que se levantan como guardianes de este pequeño pueblo.
Roda tiene, además, el atractivo de la gastronomía local –con lugares para degustar los sabores típicos de la Ribagorza, como el restaurante instalado en el antiguo refectorio de los canónigos–, pero sobre todo de la atmósfera serena y medieval de sus calles, que la convierten en un lugar ideal para desconectar del ajetreo cotidiano.
Aún más apacible resulta el entorno que rodea al antiguo monasterio de Obarra, que el viajero encuentra siguiendo el curso del Isábena, en medio de un prado escondido entre pequeñas montañas. Del antiguo cenobio (sus orígenes se remontan a principios del siglo XI), en el que los monjes realizaron cálculos y observaciones astronómicas para elaborar el calendario litúrgico, se mantienen en pie la iglesia de Santa María, la ermita de San Pablo, y algunos restos del antiguo palacio abacial. Un auténtico pedacito del paraíso, en el que murmullo del viento y las aguas del río resuenan como una promesa de pausa del agitado mundo moderno.
Valle de Benasque: naturaleza en estado puro

El legado histórico y artístico de la Ribagorza es inmenso, pero no es el único tesoro. Aquí, como en cualquier rincón del Pirineo aragonés, la naturaleza es también fuente de momentos incomparables. En ese sentido, el valle de Benasque es el lugar ideal para los amantes de la montaña y el senderismo. Presidido por el majestuoso Aneto, la cumbre más alta del Pirineo –y segunda de toda la Pénínsula–, el valle rebosa de opciones para disfrutar al aire libre.
Benasque, la capital del valle, es hoy una localidad moderna y animada gracias al éxito de las cercanas pistas de esquí de Aramón Cerler, pero no por ello ha perdido su antiguo encanto. En las calles de su centro histórico –en las que todavía se escucha hablar a los vecinos en patués, la lengua local– abundan las antiguas casas nobles de piedra, como Casa Juste, o el majestuoso palacio de los condes de Ribagorza, levantado en estilo renacentista italiano.
También merece la pena hacer una visita a la iglesia de Santa María la Mayor (otro ejemplo de románico levantado por maestros lombardos en el siglo XIII) o dar un apacible paseo hasta el cercano pueblecito de Anciles, un caserío de apenas 200 vecinos que conforma uno de los entornos más auténticos y mejor cuidados de toda la comarca.
Aunque el valle vive su mayor actividad con la llegada de la nieve, el territorio no es sólo sinónimo de invierno. Durante buena parte del año, los senderos que recorren el Parque Natural de Posets-Maladeta, los ibones (lagos de alta montaña) y las cimas que rodean el valle se llenan de caminantes y montañeros que buscan el contacto con la naturaleza.






Valle de Benasque - Fotos: Javier García Blanco
Entre las rutas más populares destaca la del Forau de Aigualluts, un sendero que recorre la ladera norte del macizo de la Maladeta, ascendiendo entre pinos y prados hasta llegar a una bella cascada cuyas aguas desaparecen en un gran sumidero. Esta travesía (unos 4,5 km, dos horas ida y vuelta), que concluye en el Plan de Están, ofrece uno de los espectáculos naturales más sobrecogedores del valle, con el sonido del agua que desaparece bajo tierra y la majestuosidad del Aneto como telón de fondo.
Los más aventureros pueden enfrentar un desafío mucho mayor: emprender la subida hasta el Aneto. La ruta parte de los Llanos del Hospital y pasa por el refugio de La Renclusa (a 2.140m), desde donde también parten casi todas las excursiones a la Maladeta. La travesía continúa con una fuerte pendiente hasta el paso del Portillón superior, el Collado de Coronas y, finalmente, el célebre y temido Paso de Mahoma, antes de coronar la cumbre.
La experiencia es incomparable, pero no apta para todos los públicos, así que aquellos que prefieran algo más relajado pueden perderse en los senderos del valle, disfrutar de un picnic junto a un ibón o simplemente dejarse llevar por la paz que se respira en cualquiera de los rincones del entorno. Por último, hay que rematar la escapada con una comida a base de platos tradicionales, entre los que destacan la trucha, las chiretas de cordero, la sopa benasquesa, la carne de caza o el recau (un sabroso potaje a base de hortalizas).
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