Quizá sea por la imponente Torre de San Rumoldo, que domina el paisaje como una centinela que guarda siglos de historia, o por esa calma amable que desprenden sus cafés, donde cada momento transcurre pausado. O puede que el secreto esté en el río Dijle (Dyle), que atraviesa suavemente la ciudad, reflejando puentes de piedra cruzados por ciclistas que parecen deslizarse a un ritmo tranquilo. Sea como sea, lo cierto es que aquí todo invita a conectar con lo esencial. A descubrir, sin apuros, las pequeñas maravillas y ese encanto acogedor que caracteriza a las ciudades flamencas.

Antigua capital de los Países Bajos Borgoñones y actual sede del Arzobispado de Malinas-Bruselas, Malinas ostenta un legado histórico sorprendente y muy vinculado con la historia de España, de tiempos en los que fue un importante centro de poder político, económico y cultural en Europa. Pero Malinas no vive anclada en la nostalgia: ha sabido reinventarse, transformando sus edificios históricos en interesantes espacios culturales y ofreciendo una calidad de vida que la convierte en un lugar sumamente atractivo tanto para sus habitantes como para quienes la descubren. Es una ciudad a escala humana, perfecta para ser explorada sin prisas.

El pasado de Malinas: de capital borgoñona a joya flamenca

Malinas - Foto: Christian Rojo

Cuenta una curiosa leyenda local que los habitantes de Malinas, una noche de enero de 1687, confundieron el brillo rojizo de la luna llena a través de las vidrieras de la Torre de San Rumoldo con un incendio. Presos del pánico, corrieron con cubos de agua para sofocar las “llamas”, solo para descubrir que su querida torre estaba perfectamente a salvo. Desde entonces sus habitantes son conocidos como los “Maneblussers” (apagadores de luna). Este apelativo, lejos de ser un insulto, es llevado con humor y cariño por los malinenses, que lo destacan en su cerveza más popular y en numerosos productos o souvenirs.

Más allá de las leyendas, la historia de Malinas es tan rica como la de Flandes. Sus orígenes se remontan a la época galo-romana, pero fue durante la Edad Media cuando comenzó a florecer. Estratégicamente ubicada a medio camino entre Bruselas y Amberes, y con el navegable río Dijle atravesándola, se convirtió en un próspero centro de comercio, especialmente conocido por su industria textil.

El verdadero apogeo de Malinas llegaría en el siglo XV, bajo el dominio de los Duques de Borgoña. Carlos el Temerario la eligió sede de su Parlamento o Gran Consejo, la más alta corte de justicia de los Países Bajos. Sin embargo, fue bajo el gobierno de Margarita de Austria, tía del futuro emperador Carlos V, a principios del siglo XVI, cuando Malinas brilló con más luz.

Esta importante figura, una de las mujeres más poderosas de su tiempo, estableció su corte en la ciudad, convirtiéndola en la capital administrativa de la región. Durante este periodo, Malinas fue un faro de cultura y humanismo renacentista. Artistas, eruditos y diplomáticos frecuentaban su elegante palacio, y la joven ciudad rebosaba de actividad intelectual y artística. De hecho, el joven Carlos V pasó parte de su infancia aquí, educándose bajo la atenta mirada de su tía antes de convertirse en uno de los emperadores más importantes de la historia.

Con el traslado de la corte a Bruselas a mediados del siglo XVI y las posteriores Guerras de Religión, Malinas experimentó un declive relativo, aunque nunca perdió su relevancia como centro religioso. La ciudad sufrió los estragos de diversas contiendas, incluyendo el terrible saqueo por las tropas españolas en 1572, conocido como la “Furia Española”, y los bombardeos durante las Guerras Mundiales. El siglo XX también trajo consigo uno de los capítulos más oscuros de su historia: durante la Segunda Guerra Mundial, el cuartel Dossin fue utilizado por los nazis como campo de tránsito para la deportación de judíos y gitanos belgas a los campos de exterminio.

Qué ver en el centro histórico de Malinas

Torre de San Rumoldo - Foto: Christian Rojo

La Grote Markt o Plaza Mayor es el epicentro indiscutible de la vida malinense. Dominada por la imponente silueta de la Torre de San Rumoldo a un lado y el elegante conjunto del Ayuntamiento al otro, esta vasta explanada es un hervidero de actividad. Terrazas de cafés y restaurantes se extienden por la plaza, ofreciendo un lugar perfecto para observar el ir y venir de la gente mientras se admira la arquitectura circundante. Las casas gremiales, con sus fachadas ornamentadas y tejados escalonados, son un testimonio de la riqueza de los antiguos oficios de la ciudad.

La Torre de San Rumoldo (Sint-Romboutstoren) es, sin duda, el faro de Malinas y su lugar más emblemático. Con sus 97 metros de altura y alrededor de 530 escalones, esta obra maestra del gótico brabantino, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO como parte de los Campanarios de Bélgica y Francia, no solo define el perfil de la ciudad, sino que también ofrece una aventura para quienes se atreven a conquistarla.

La subida, aunque exigente, recompensa con creces. A medida que se asciende, se atraviesan las cámaras donde residen los dos impresionantes carillones de la torre y, una vez en la cima, las vistas panorámicas de Malinas y sus alrededores son espectaculares. En días claros puedes divisar incluso el Atomium de Bruselas.

Muy cerca de la Grote Markt, adentrándose por callejuelas adoquinadas, se encuentra el Palacio de Margarita de Austria. Este elegante edificio, uno de los primeros ejemplos de arquitectura renacentista en los Países Bajos, fue la residencia de la influyente regente y el centro neurálgico de la política europea a principios del siglo XVI. Hoy alberga tribunales de justicia, pero su fachada y su patio interior siguen recordando su esplendor histórico.

Un contraste sombrío pero necesario lo ofrece el Kazerne Dossin, que durante la Segunda Guerra Mundial fue un campo de tránsito desde donde más de 25.000 judíos y gitanos fueron deportados a Auschwitz-Birkenau y otros campos de exterminio. Hoy, el Kazerne Dossin Memorial, Museo y Centro de Documentación sobre el Holocausto y los Derechos Humanos es un conmovedor espacio de memoria diseñado por el arquitecto bOb Van Reeth.

Para aliviar el espíritu, nada mejor que un paseo por los Beguinajes (Begijnhoven) de Malinas. Tanto el Beguinaje Mayor como el Pequeño Beguinaje, incluidos en el conjunto de Beguinajes de Bélgica declarados Patrimonio Mundial de la UNESCO, son un oasis de paz y tranquilidad. Estos “pueblos” dentro de la ciudad fueron fundados en el siglo XIII para albergar a las beguinas, mujeres laicas piadosas que vivían en comunidad sin tomar votos monásticos. Pasear por sus patios floridos y casitas blancas envuelve al visitante en un silencio solo roto por el canto de los pájaros o el susurro del viento.

Finalmente, para los amantes del arte y la historia, el Museum Hof van Busleyden es una parada imprescindible. Ubicado en un suntuoso palacio renacentista, antigua residencia de Hieronymus van Busleyden, humanista y miembro del Gran Consejo, este museo ofrece un fascinante viaje a la época dorada de Malinas.

Las exposiciones exploran la vida en la ciudad durante los siglos XV y XVI, el apogeo borgoñón y el florecimiento del Renacimiento. Entre las joyas más cautivadoras del museo destacan los “Jardines Encerrados” (Besloten Hofjes), relicarios tridimensionales del siglo XVI creados por las Hermanas Hospitalarias. Estas piezas combinan esculturas de madera, flores de seda, bordados, relicarios y textos devocionales en pequeñas vitrinas que evocan un jardín cerrado, símbolo de pureza y contemplación. La colección del museo, una de las más importantes del mundo, ha sido reconocida como Patrimonio Flamenco.

El carillón de Malinas: una tradición musical única en el mundo

Si hay un sonido que defina el alma de Malinas, ese es el melódico tañido de sus carillones. La ciudad no solo alberga varios de estos impresionantes instrumentos musicales, sino que también es la sede de la Real Escuela de Carillón Jef Denyn, la primera y más prestigiosa institución de este tipo en el mundo. Estudiantes de todos los rincones del planeta vienen a aprender el arte de hacer “cantar” a las campanas.

La tradición del carillón en Malinas está intrínsecamente ligada a la Torre de San Rumoldo, que alberga dos carillones de concierto. El más antiguo data de 1670, mientras que el más reciente, añadido en 1981, cuenta con 49 campanas. Los conciertos de carillón son una parte esencial de la vida cultural malinense, especialmente en verano, cuando las melodías inundan la ciudad con piezas que van desde lo clásico hasta lo contemporáneo.

La ruta “Mmm… Malinas”

La gastronomía de Malinas es otro de sus grandes atractivos, y la mejor forma de descubrirla es a través de la ruta Mmm… Mechelen, una experiencia que combina historia, cocina y cultura local. Creada por el arqueogastrónomo Jeroen Van Vaerenbergh, junto a productores y chefs de la ciudad, recupera ingredientes históricos de manuscritos antiguos reinterpretados para los gustos actuales.

La experiencia comienza en la oficina de Visit Mechelen (Vleeshouwersstraat 6), donde se entrega el mapa y la guía Sense Sations. Entre las paradas más recomendadas figuran The Cacao Project, con sus creativas pralines de temporada; la quesería Kazen Schockaert, famosa por su queso Bourgondiër; y la panadería artesanal Broodbroeders, donde se elabora un pan de jengibre con recetas tradicionales del siglo XVI.

El recorrido puede culminar en De Vleeshalle, un antiguo mercado de carne reconvertido en mercado gourmet donde degustar distintas cocinas del mundo en un ambiente acogedor y cosmopolita.

Como dirían los borgoñones de la época: “Moge uw maaltijd u welbekomen” (¡Que tu comida sea de tu agrado!). Y seguro, en Malinas, lo será.