Chivay es la puerta de entrada al Valle del Colca. Apenas a 50 km de Arequipa, muestra una ciudad clara, construida con piedra sillar, cuyo nombre significa “plato de barro” en quechua, al situarse en una hondonada. Sobresalen en Chivay su Plaza de Armas de arquitectura colonial y la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción del siglo XVIII.
No hay que dejar la ciudad sin entrar en el mercado. Como en todos los palenques de Perú, es fascinante observar la variedad de hortalizas que tienen: trescientos tipos de patatas de todos los colores y formas, otros tantos de maíz y ajís para todos los paladares —suaves, picantes y abrasadores—. En el mercado, la gente charla, come sopa de pollo y bebe chicha, la bebida de los Andes por excelencia, hecha de maíz fermentado. Mientras, el carnicero despieza una alpaca.
El Valle de las Maravillas de Mario Vargas Llosa

“Valle de las Maravillas” bautizó el Premio Nobel de Literatura al Valle del Colca tras recorrer los pueblos ubicados a orillas del río Colca, desde Chivay hasta Cabanaconde, haciendo una parada en Yanque para ver su iglesia, su fuente y esas casas encaladas, refulgentes cuando el sol andino las ilumina en sus horas punta. La ruta continúa por Achoma, Callalli, Coporaque, Sibayo o Maca, aldeas situadas en ambas orillas del río Colca.
Son lugares para vivir tranquilo, donde la gente saluda al pasar y sonríe. Templos blancos de estilo barroco mestizo, hermosas plazas coloniales donde se celebran numerosas fiestas, entre ellas las tradicionales de la Semana Santa de Perú. Una tierra bella y serena. Por algo cuenta la leyenda que en el Valle del Colca se unen el río y el cielo, el sol y la luna.
Perú y Polonia unidos por el Colca

Un alto en el camino para tomar algo en el Hotel Las Casitas del Colca, que guarda en su finca de 24 hectáreas el embrujo y la belleza de las tierras andinas. Por allí deambulan llamas y alpacas a sus anchas, y hacen migas con los caballos destinados a pasear a los visitantes. Un vistazo al jardín, adornado con cactus centenarios y en el que destaca la flor sagrada de los incas, la cantuta, de color rojo y forma de campanilla. Y de nuevo en ruta hacia el punto álgido de la excursión.
El Cañón del Colca puede llegar en algunos puntos a 4.200 m de profundidad. Su nombre proviene de las dos primeras sílabas de collahuas y cabanas, etnias que habitaban la zona cuando los españoles llegaron a ella en 1535. Sin embargo, el descubrimiento de uno de los abismos más profundos del mundo se adjudica a una expedición polaca estudiantil de canotaje, como reza la placa de agradecimiento de la gente colla hua y cabana. La placa testimonia cómo la mencionada expedición “Canoandes 79” descubrió el Cañón del Río Colca, y añade el nombre de los descubridores.
Un real espejismo







Valle del Colca
La vista desde el Mirador Cruz del Cóndor, a 3.300 m sobre el nivel del mar, es sobrecogedora. Abarca la grandeza de las montañas de enorme altitud perforadas por el cuarto cañón más profundo del planeta, y permite ver las andenerías o terrazas de cultivo.
La gente se coloca al borde del abismo, otros suben a la cruz, mientras mujeres y niñas nativas, vestidas con sus bonitos atuendos de vivos colores, venden prendas tejidas con lana de llama, diez veces más caliente que la lana de oveja, así como productos elaborados con fibra de alpaca, resistente e impermeable. También es morada del guanaco y de la vicuña, camélido que se cubre de lana noble y fina.
¡Se abre el telón, comienza la función!

La mayoría de los espectadores llevan prismáticos que mueven de un lado a otro, aguardando a que salgan las aves de los agujeros en las paredes, los nidos, y aparezca el majestuoso cóndor andino (Vultur gryphus), sobrevolando el cañón, ayudado por las corrientes térmicas. Abre sus alas que, con tres metros de envergadura, lo convierten en el ave voladora más grande del mundo, y comienza el espectáculo.
Un mochilero gira la cabeza hacia una roca y avisa de la presencia del cóndor posado sobre la piedra. La gente se prepara: cámaras, prismáticos, teléfonos móviles. El ave rapaz, como si hubiera tenido el detalle de esperar a sus huéspedes, los mira con su vista aguda, despliega las alas y regala un vuelo majestuoso, planeando con serenidad por el Cañón del Colca, su casa.
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