En el estado mexicano de Chihuahua, en lo alto de la Sierra Madre Occidental, se halla el pueblo de Creel, a unos 2 300 metros sobre el nivel del mar. Elevado entre bosques de pino y encino, y en la antesala de las profundas hendiduras del sistema de las Barrancas del Cobre , Creel emerge como un lugar donde la naturaleza impone su ritmo y los viajeros pueden descubrir un modo de vida vinculado al monte, el sendero y la cultura.
Fundado como estación ferroviaria en 1907, bajo el nombre de “Estación Creel”, su historia se vincula al trazado del ferrocarril que conectaba Chihuahua con el Pacífico. Hoy, ese pasado industrial ha dado paso a un destino donde el turismo de naturaleza se integra con la tradición indígena rarámuri.
Senderos que cuentan historias

Desde Creel se abren rutas que permiten adentrarse en un paisaje que encierra tanto belleza como geografía abrupta. Uno de los grandes atractivos es el Lago Arareko, donde los pinos se bañan en la luz temprana y el agua refleja un cielo limpio. Allí el visitante puede caminar sin prisa, observar aves o simplemente sentarse al borde, esperando que el mundo se ralentice. Al mismo tiempo, el entorno se convierte en escenario de la vida rarámuri que habita esa serranía.
No muy lejos, el Valle de los Monjes (también llamado Bisabírachi) es un espectáculo de roca y tiempo: formaciones verticales que parecen figuras pétreas alzándose hacia el cielo, guardianes de un bosque profundo y antiguo. El templo jesuita en la misión de San Ignacio de Arareko añade al viaje una dimensión histórica y cultural que redondea la experiencia del paisaje.
Más allá aún, la Cascada de Cusárare emerge tras un pequeño recorrido entre árboles y pastos como un grito de agua incesante: una caída de unos 30 metros que estimula los sentidos y presagia que este entorno no es solo pausa sino experiencia viva.
Gran parte del atractivo de Creel procede de su posición privilegiada: como estación y como puerta. La estación de ferrocarril de Creel, parte del legendario Tren Chihuahua‑Pacífico (Chepe), se encuentra a 2.240 metros y conecta con algunos de los paisajes más dramáticos de México.
Un encuentro auténtico con la cultura rarámuri

La visita a Creel no sería completa sin reconocer la presencia del pueblo rarámuri —también llamado tarahumara—, que habita la Sierra Tarahumara desde hace siglos. Las comunidades viven en estrecha relación con el entorno, han desarrollado una cultura de resistencia y ligan su identidad al bosque, a las montañas y al correr como modo de vida.
En Creel existe el Museo Tarahumara de Arte Popular, instalado en la antigua estación de tren, que resguarda objetos, textiles, tallas y relatos de ese pueblo que vive en torno a la milpa, al maíz, al frijol y al bosque.
Este aspecto humano del viaje aporta densidad al paisaje: ya no solo vemos rocas o bosques, sino que intuimos vidas que se han tejido en ese entorno durante generaciones. Comprender esa continuidad hace que caminar por los senderos de Creel sea también un acto de conexión.
Viajar con respeto, caminar con consciencia

Explorar Creel y sus alrededores invita a adoptar una actitud más atenta: a respetar los senderos, a aprender de la cultura local, a caminar con equipo adecuado y sin prisas. El clima de altura significa que el día puede comenzar fresco y terminar más tibio, que el bosque ofrece sombreado relieve y que cada rincón requiere un poco de buen ritmo de montaña.
Al mismo tiempo, la accesibilidad es más sencilla que antaño: carreteras desde la capital del estado, estaciones de tren y un tejido de servicios que permiten estancias de 3-4 noches para absorber el entorno con calma.
Pero el verdadero valor está en reconocer que cada tramo del sendero, cada comunidad rarámuri, cada vista hacia el valle profundo, es parte de una experiencia en la que naturaleza, cultura y montaña convergen.

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