Entre montañas que caen en vertical hacia el Adriático, monasterios encajados en la roca, fortalezas vigilantes y pueblos donde las tradiciones sobreviven al paso del tiempo, Montenegro despliega un mosaico cultural inesperado para su tamaño. Aquí, en este rincón de los Balcanes que recuperó su independencia en 2006, conviven historias medievales, rituales ancestrales, artes que se siguen tejiendo a mano y sabores que mezclan siglos de influencia veneciana, otomana y eslava.

La cultura montenegrina también se escucha. En las celebraciones, la danza kolo reúne a los vecinos en un círculo de colores y el gusle, un instrumento de una sola cuerda, acompaña las voces que narran viejas gestas y batallas legendarias. Es un país pequeño, sí, pero su patrimonio es inmenso. Y estas son cinco maneras de adentrarse en él.

Kotor: un casco antiguo que guarda el alma del Adriático

Kotor

Entre el mar y las montañas que parecen cerrarse como un anfiteatro natural, Kotor aparece como un libro abierto de historia mediterránea. Su casco antiguo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es un laberinto de callejuelas empedradas, plazas llenas de encanto, iglesias centenarias y fachadas venecianas.

La Catedral de San Trifón, joya del siglo XII, recuerda el poderío que tuvo la ciudad en tiempos de la República de Venecia. A unos pasos, el Museo Marítimo revela la profunda relación de Montenegro con el mar, mientras que la antigua torre del reloj preside la plaza principal como testigo de guerras, terremotos y reconstrucciones.

El arte de tejer historias: alfombras de Bihor y encaje de Dobrota

Dobrota

Más allá de la costa, en los pueblos del interior, se preserva un arte que habla de identidad, paciencia y oficio: el tejido tradicional. Las alfombras Bihor, elaboradas en telares manuales, mezclan motivos geométricos que cuentan historias locales transmitidas durante siglos. En la mezquita de Petnjica se conserva la mayor colección de estas piezas únicas, y es posible ver a las artesanas hilar la lana mientras conversan con la serenidad de quien ha aprendido a tejer también el tiempo.

Otro tesoro cultural es el encaje de Dobrota, originario de la localidad costera del mismo nombre. Aquí, la tradición nació ligada al mar y a la espera: con cada hilo, las mujeres tejían esperanzas y temores mientras aguardaban el regreso de marineros, padres, hermanos o prometidos. Aunque la vida marítima ya no domina la región, este arte artesanal sigue tan vivo como hace ocho siglos. Se necesitan horas para avanzar apenas unos centímetros. Paciencia, dedicación y una habilidad que se aprende observando.

Sabores de Montenegro: donde se cruzan Venecia, los Balcanes y el Mediterráneo

Hablar de Montenegro es también hablar de su cocina, una de las grandes sorpresas del viaje. En la costa encontrarás pescado fresco, pulpo al estilo local y vinos que se han hecho un hueco en la escena gastronómica internacional. En el interior, el perfume del cordero asado, los quesos artesanos y los embutidos dan cuenta de una tradición culinaria más rústica, intensa y profundamente arraigada.

El njeguški pršut, un jamón ahumado secado en las montañas, es casi una institución y el kačamak, una mezcla cremosa de maíz, patata y queso, es uno de esos platos que saben mejor después de una caminata entre montañas.

En la ciudad de Bar, la tradición gira en torno a la aceituna. Aquí se celebran sus olivares centenarios como un legado vivo, y cada año tiene lugar la Maslinijada, el Festival de la Aceituna, donde se pueden probar patés, panes, aceites aromatizados, licores y ha

Fortalezas frente al mar

El litoral montenegrino es un territorio de torres defensivas, murallas y fortalezas que cuentan siglos de convivencia y conflictos entre civilizaciones. Desde Herceg Novi hasta Ulcinj, el Adriático se recorre también a través de estas construcciones que protegieron ciudades costeras de invasiones, piratas y disputas imperiales.

En Herceg Novi, el Forte Mare del siglo XIV y la fortaleza Španjola brindan panorámicas privilegiadas sobre la bahía. Más al sur, en Kotor, un complejo sistema de fortificaciones de 4,5 kilómetros se remonta por la montaña en una ascensión de 1.400 escalones que recompensa con una de las mejores vistas del país.

Budva conserva unas murallas y una ciudadela que protegían la ciudad medieval de ataques piratas y otomanos, mientras que Bar ofrece una de las estampas arqueológicas más fascinantes: una ciudadela en ruinas con más de 260 estructuras antiguas, desde acueductos romanos hasta mezquitas y baños turcos. Ulcinj, por su parte, conserva murallas que comenzaron los griegos y perfeccionaron otras culturas, convirtiéndola en una ciudad de historia multiétnica.

El Monasterio de Ostrog: espiritualidad suspendida en la roca

Monasterio de Ostrog

Pocas imágenes representan mejor a Montenegro que el Monasterio de Ostrog, encajado a 900 metros de altura en la roca blanca del macizo de Ostroška greda. Este santuario, uno de los lugares de peregrinación más importantes de los Balcanes, fue fundado en el siglo XVII por San Basilio de Ostrog, cuya figura sigue siendo venerada por creyentes de todas las religiones.

La visita comienza en el Monasterio Inferior, construido en 1824, y continúa en ascenso hasta el Monasterio Superior, tallado en una cueva y dedicado a la Santa Cruz. Allí se conservan los restos de San Basilio, considerado protector y sanador. El silencio del lugar, el olor de las velas y las vistas sobre el valle de Bjelopavlići lo convierten en una de las experiencias más conmovedoras del viaje.