Durante siglos, antes de que Mallorca fuera un destino global, la isla ya se contaba a sí misma. Lo hacía en voz baja, al calor de la cocina, en los patios al caer la tarde o en las plazas de los pueblos. De esa tradición oral nacieron las rondalles mallorquines, cuentos populares que han acompañado la vida cotidiana de generaciones y que hoy vuelven a situarse en el centro del debate cultural de la isla.
Mucho más que relatos para niños, las rondalles forman parte del sustrato cultural de Mallorca. En ellas se condensa una manera de entender el mundo, una relación íntima con el paisaje, con la lengua y con los valores transmitidos de padres a hijos. Son historias de personajes fantásticos, de astucia y de miedo, de justicia poética y de humor, pero también un reflejo directo de la sociedad que las creó y las mantuvo vivas.
¿Qué son exactamente las rondalles?

Las rondalles mallorquines (también conocidas como rondaies) son cuentos de tradición oral propios de Mallorca que no tenían un autor concreto, sino que fueron transmitidos durante siglos por la población local. De padres a hijos, en reuniones familiares, escuelas o encuentros vecinales hasta que empezaron a recopilarse por escrito.
Estas narraciones combinan elementos fantásticos, personajes arquetípicos, humor, símbolos y moralejas, a menudo entrelazando lo sobrenatural con la vida cotidiana de la isla. Algunas rondalles incluyen gigantes, demonios o dragones; otras recrean tramas con animales parlantes o situaciones inspiradas en la experiencia rural de Mallorca, siempre con una fuerte impronta del imaginario local.
De la tradición oral al patrimonio cultural
Durante siglos, las rondalles circularon sin libros ni escenarios. Vivieron en la memoria colectiva y se adaptaron a cada narrador y a cada época. Su gran salto a la conservación escrita llegó a finales del siglo XIX y principios del siglo XX gracias a Antoni M. Alcover, cuya recopilación permitió fijar muchas de estas historias sin despojarlas de su riqueza lingüística ni de su carácter popular.
Desde entonces, las rondalles no han dejado de transformarse. Han pasado por ediciones ilustradas, adaptaciones teatrales, propuestas educativas y, más recientemente, formatos digitales que las acercan a nuevas generaciones. Lejos de diluirse, estas historias han demostrado una notable capacidad de adaptación, manteniendo su esencia mientras cambian de forma.
Un paso hacia el reconocimiento institucional
Este valor cultural y social ha llevado al Consell de Mallorca a iniciar el procedimiento para declarar las rondalles mallorquines Bien de Interés Cultural Inmaterial. El proceso sigue los criterios de la Convención de la UNESCO de 2003 para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, un marco internacional que reconoce la importancia de proteger no solo monumentos o paisajes, sino también las tradiciones vivas.
De prosperar esta declaración, las rondalles se situarían al mismo nivel de reconocimiento que el Paisaje Cultural de la Serra de Tramuntana, inscrito en la lista de Patrimonio Mundial. El gesto subraya una idea clave: la identidad de un territorio no se mide solo por lo que se ve, sino también por lo que se cuenta, se recuerda y se transmite.
Cultura viva y turismo responsable
La protección de las rondalles no se plantea como una acción meramente conservacionista, sino como una apuesta por una cultura viva, que se vive y se comparte. En un contexto turístico como el mallorquín, estas narraciones ofrecen una vía para acercarse a la isla desde una mirada más profunda, conectada con lo local y alejada del consumo rápido de experiencias.
Desde esta perspectiva, las rondalles encajan plenamente con los principios del Pledge, el Compromiso por un Turismo Responsable de Mallorca, que defiende la importancia de consumir, comprar y vivir lo local. La cultura popular, en este sentido, no es un complemento decorativo del destino, sino una pieza esencial para construir una relación más equilibrada entre visitantes y comunidad anfitriona.
El concepto de “huéspedes glocales, turistas globales con corazón local” encuentra en las rondalles un ejemplo claro: escuchar estas historias, conocer su origen y entender su significado es también una forma de respeto hacia quienes las han conservado.
En un momento en el que muchos destinos buscan diferenciarse, Mallorca mira hacia dentro y reivindica uno de sus patrimonios más frágiles y valiosos: la palabra transmitida de generación en generación. Proteger las rondalles significa preservar una parte esencial de la memoria colectiva de la isla, pero también reconocer que la sostenibilidad cultural es inseparable de la sostenibilidad social y turística.

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