Llega la Navidad y con ella el repertorio de siempre: reuniones familiares y de amigos, turrones, lotería, regalos, escaparates que compiten por el brillo y hogares que se reparten entre el árbol, el belén o ambos. Pero en León y en buena parte del noroeste peninsular hay un símbolo que, sin necesidad de importaciones ni tendencias, vuelve a reclamar su sitio con una belleza sobria y muy nuestra: el ramo leonés.
No es solo un adorno. Es una costumbre antigua recuperada con orgullo, un objeto que reúne artesanía, canto y ceremonia, y que cuenta otra manera de vivir estas fechas.
Un adorno que en realidad es una ofrenda

El ramo, tal y como se entiende en la tradición, es una ofrenda que se llevaba a la iglesia con intención piadosa. La parte material es la más visible: un soporte de madera del que cuelgan adornos y ofrendas, y donde también se encajan velas. Pero el ramo leonés no se completa sin lo demás: los textos y melodías del “cantar del ramo” y el acto ceremonial dentro del templo, que era el corazón del rito en muchos pueblos. Esa triple naturaleza (objeto, canto y ceremonia) explica por qué el ramo emociona más de lo que aparenta y por qué no se reduce a “decoración navideña” aunque hoy también lo sea.
Del bosque al altar, y del altar a casa
Como sucede con tantas celebraciones populares, el origen del ramo no es unívoco y admite matices. Se han defendido hipótesis que lo conectan con usos precristianos vinculados a la vegetación perenne y a simbolismos protectores y de renacimiento ligados al ciclo solar, algo especialmente potente en el entorno del solsticio de invierno.
También existen lecturas más prudentes que advierten contra la tentación de “romantizar” un origen pagano directo. En lo que sí coinciden muchas aproximaciones es en el proceso de cristianización y adaptación del rito a la liturgia local, hasta convertirse en una ofrenda asociada a la Navidad en numerosas localidades.
En paralelo, el ramo fue cambiando de forma. Los testimonios conservados apuntan a modelos más antiguos basados en ramas vegetales (acebo, laurel, pino, encina o romero, por ejemplo) que, con el tiempo, dieron paso a armazones de madera más duraderos y “transportables”. Y ese cambio, además de práctico, acabó influyendo en su estética: el ramo empezó a parecerse a un candelabro festivo, capaz de sostener velas enteras y de mostrarse con claridad dentro del templo.
No solo triángulos: cómo se “viste” un ramo

A menudo se presenta el ramo como triangular y con doce velas, pero la realidad es más rica. Hay ramos triangulares, romboidales, de vara, e incluso versiones donde la estructura se entiende casi como un estandarte engalanado. En algunos casos, el número de velas no es fijo: aparece con frecuencia el simbolismo de los meses del año, pero también se documentan cifras distintas según lugares y épocas. Lo que se repite es la idea de “vestir” el ramo, un verbo precioso que define el trabajo artesanal de forrar, coser, colgar y componer.
De la madera cuelgan elementos que funcionan como ofrendas: lazos, puntillas, hilos de lana, bordados, panes dulces y rosquillas, y frutas cuando las había o podían conservarse. La vela, además, no es un detalle menor: la cera era un bien valioso en la vida parroquial, y el ramo podía leerse también como la entrega comunitaria de luz para el templo, un regalo práctico convertido en símbolo.
Hay algo que a veces se pierde cuando el ramo se convierte en objeto decorativo: la música. El “cantar del ramo” no era un añadido, sino parte esencial del rito, con coplas religiosas y también con estrofas de tono más popular y cercano, porque la Navidad en los pueblos siempre fue sagrada y festiva a la vez. En algunos lugares se estructuraba por “actos”, desde el portal de la iglesia hasta el momento final ante el Nacimiento y la despedida. Y buena parte de ese patrimonio oral llegó hasta hoy gracias a la recopilación y publicación de repertorios tradicionales.
Un renacer desde los años noventa
Tras la Guerra Civil y, sobre todo, con la despoblación rural del siglo XX, el ramo fue perdiendo presencia en muchas zonas, empujado también por tradiciones navideñas más globales. Sin embargo, desde la década de 1990 se observa un renacimiento claro: el armazón reaparece en casas, escaparates, espacios públicos y celebraciones comunitarias, como una forma de reivindicar identidad y continuidad cultural. El ramo, sin dejar de ser tradición religiosa en su origen, vuelve también como un icono local, reconocible y elegante, que compite sin complejos con el árbol o el belén.
Quien quiera profundizar con rigor en la historia, los textos y la evolución del ramo leonés puede acudir a El Ramo Leonés. Introducción y antología de textos, de Jorge de Juan y José Luis Díez Pascual, publicado en el entorno del Instituto de Investigación y Estudios Leoneses “González de Lama”, vinculado al Ateneo Leonés. Es una puerta de entrada magnífica para entender que, detrás de esas velas y esos lazos, hay un archivo vivo de la Navidad tradicional.

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