La Ciudad del Vaticano es minúscula comparada con otras muchas urbes de Europa, y ya no digamos con metrópolis de otros continentes. Y sin embargo, es un sitio donde hay infinidad de atractivos monumentales y artísticos, por no hablar del reclamo religioso que representa para los viajeros más creyentes.
De hecho, el Vaticano con sus 44 hectáreas de extensión es uno de los países más pequeños del mundo. Lo cual contrasta con todos los motivos que hay para visitarlo. Todos aquellos fanáticos de la Historia del Arte pueden pasar aquí muchos más días. No obstante, no siempre se viaja con tanto tiempo, así que aquí os damos las pautas para descubrir lo más imprescindible, es decir, visitar el Vaticano en un día.
El Puente de Sant’Angelo, entrada al Vaticano

Lo más habitual es que los visitantes del Vaticano se encuentren pasando unos días de vacaciones en Roma. Y la inmensa mayoría de ellos cuando van desde la capital italiana a la capital de la Cristiandad atraviesan el Puente de Sant’Angelo, uno de los puentes más bonitos que salvan las aguas del río Tíber.
Bonito por su arquitectura y también por su entorno más inmediato en el que destaca el poderoso Castillo de Sant’Angelo, que originalmente fuera un mausoleo de época romana.
La Plaza de San Pedro

Prácticamente desde el citado Castillo de Sant’Angelo se divisa al final de una avenida la archifamosa Plaza de San Pedro. Un lugar que por muchas veces que se haya visto en fotos, la tele o internet, siempre tiene la capacidad de sobrecoger a quien lo contempla en vivo y en directo.
Su forma ovalada rodeada por unos gigantescos brazos en forma de columnatas y porches, parecen abrazar y acoger a la multitud que pasea por la enorme plaza. La cual se puede llenar por completo en los momentos de las celebraciones católicas. Y es que esta plaza tiene al fondo la iglesia más grande de todas, la Basílica de San Pedro, con una fachada monumental e impresionante. Y aún así solo su tamaño parece anticipar las maravillas artísticas que guarda en su interior.
La Basílica de San Pedro del Vaticano

Más allá de las creencias religiosas, los aficionados al arte y la historia, pueden pasar casi todo el día dentro de este impresionante templo. Si la intención de sus constructores era que todos los fieles se sintieran pequeños y comprendiera el inmenso poder de la Iglesia, sinceramente aquí lo lograron. Se mire donde se mire, uno se queda maravillado.
Por ejemplo, ahí se puede ver la Piedad de Miguel Ángel, así como hay enormes figuras de mármoles representando a los santos. Todo eso en los laterales del templo, porque cuando uno se aproxima hacia el altar mayor se distingue el impresionante Baldaquino de San Pedro que diseñó el gran escultor barroco Gian Lorenzo Bernini.
Solo por ver todo eso ya merece la pena la visita. Pero todavía nos queda mucho más. Por ejemplo, las Tumbas de los Papas ubicadas en una peculiar cripta, que en realidad se conocen como grutas vaticanas. Aunque entre todas los sepulcros papales hay uno que destaca especialmente y que es una reliquia para los católicos. Nos referimos a la tumba de San Pedro, el apóstol que dio origen al Papado y al propio Vaticano.
Subir a la cúpula de la Basílica del Vaticano

Toda la necrópolis de Sumos Pontífices se encuentra en el subsuelo, pero durante un día en el Vaticano también se puede ascender hasta las alturas. Para ello basta con hacer la visita a la cúpula de San Pedro. Una de las más importante obras arquitectónicas diseñadas por Miguel Ángel, quien reformó el proyecto inicial de la basílica de Bramante. Aunque para mala suerte de él, jamás vio concluida esta cúpula que supera los 42 metros de diámetro.
Es toda una experiencia subir hasta su parte alta, aunque hay que salvar unos 770 escalones, de los cuales, los últimos son una pequeña aventura, dada la estrechez de la escalera. Un gran esfuerzo, pero la recompensa todavía es mayor cuando a nuestros pies queda toda la Ciudad del Vaticano y ante nuestros ojos gran parte de extensión de Roma.
Perderse en los Museos Vaticanos

Y para acabar la jornada en el Vaticano hay que entrar a sus museos. Aunque ya avisamos, con unas horas no es suficiente para disfrutarlos al detalle. Al fin y al cabo la Iglesia ha sido desde hace siglos uno de los principales mecenas históricos, por ello acumula un ingente patrimonio en forma de pinturas, esculturas, orfebrería, joyas, objetos litúrgicos, tapices, mobiliario,… un patrimonio de incalculable valor del cual solo una pequeña parte se expone en los Museos Vaticanos.
Aún sabiendo que siempre nos quedarán cosas por ver, esta visita es irrenunciable. De hecho solo por ver dos espacios ya merece la pena el coste de la entrada y la fila de acceso. Uno de esos espacios son las Estancias de Rafael, en las que el gran pintor florentino del Renacimiento pintó algunos de sus murales más increíbles para decorar las habitaciones del Papa Julio II.
Y casi de manera coetánea, no muy lejos trabajó Miguel Ángel. De nuevo, este genio del que ya hemos visto sin salir del Vaticano su labor como escultor y como arquitecto, también nos deslumbra con su vertiente de pintor. Ni más ni menos con sus increíbles frescos de la Capilla Sixtina. Ahí primero pintó la bóveda con su famosa imagen de la Creación. Mientras que años después, en la pared pintó su impactante Juicio Final, una imagen que cualquiera que visite el Vaticano retiene durante mucho tiempo en sus retinas.