El último fin de semana del mes de octubre tiene lugar una de las citas gastronómicas más populares, consuetudinarias y concurridas del otoño: la fiesta de la Rosa del Azafrán, que este año cumple 57 años. La anfitriona es la localidad de Consuegra, uno de los enclaves más manchegos y quijotescos de Toledo, que ostenta el honor de ser la principal productora de este ‘oro rojo’ de España.
Por estas fechas, los campos consaburenses se visten de rojo y púrpura, anunciándonos que ha llegado el momento de su recolección y, por lo tanto, de hacer las maletas para ver todo el inusitado ritual que implica dicho proceso.
Además, el pueblo se esmera en mostrarlo a sus visitantes a través de una agenda rebosante de actividades, en la que no están de más la música y la gastronomía más tradicional. Nos adentramos en este festejo, que se perfila una de las grandes citas gastronómicas de la temporada, en la que la esencia manchega brilla en todo su esplendor
La Festival Nacional de Folklore y la Molienda de la Paz, los actos protagonistas
El azafrán de Consuegra, que está reconocido como uno de los mejores del mundo y goza de Denominación de Origen Protegida, es el protagonista de la vida de la localidad, y en torno a él ha surgido una cultura gastronómica, tradicional y económica que se remonta siglos en el tiempo. Pero también lo es de esta tradicional celebración, que ostenta el reconocimiento de Interés Turístico Regional.
Durante los tres días que dura, las calles se llenan de flores de azafrán, que desprenden un aroma inconfundible y permiten al visitante experimentar in situ la retirada de la hebra de los pistilos, es decir, la monda de la rosa, que actualmente continúan realizando a mano.

Una de las actividades estrella es el Festival Nacional de Folklore, en el que agrupaciones de música y danza provenientes de toda España muestran su arte a los asistentes. También incluye la Molienda de la Paz y el Amor, que despierta una gran expectación por desarrollarse en el molino Don Sancho, uno de los doce que, junto con el castillo medieval, coronan la cima del cerro Calderico. Y porque permite presenciar el proceso de molienda del trigo, que, una vez convertido en harina, se reparte entre los asistentes.
El concurso de la monda del azafrán es otro de los platos fuertes de este festejo. Tanto en su versión júnior como sénior, se premia la rapidez, la limpieza y la destreza de los concursantes a la hora de extraer las hebras del azafrán de la flor. Por lo tanto, está de más decir que presenciarlo es una experiencia de lo más curiosa e ilustrativa.

Tampoco conviene despistarse del certamen gastronómico si queremos averiguar a qué saben los platos más tradicionales de las cocinas local y manchega, donde habitan elaboraciones típicas con nombres muy particulares, pero que saben a gloria y satisfacen con creces las expectativas devotos del turismo gastronómico, como las gachas, las migas o los duelos y quebrantos.
Pero el listado para entretenerse durante los fastos es extenso: exposición de fotografías relacionadas con la especia, exhibición de prácticas agrícolas tradicionales como aradas con mulas, rutas guiadas…
Y, mientras todos disfrutan del ambiente festivo, los azafraneros están en los campos, recolectando las flores del azafrán para, posteriormente, mondarlas en familia, como manda la tradición. En definitiva, una fiesta que pone en valor la cultura, las tradiciones y, por supuesto, la esencia manchega más tradicional.
Consuegra más allá de la fiesta

La cita festiva también se presenta como un buen pretexto para adentrarse en esta localidad, que carga con una rica historia a sus espaldas, pues por ella han pasado prácticamente todas las culturas que han habitado la Península Ibérica, las cuales han dejado legado en la ciudad. Buen ejemplo de ello son el castillo árabe, que ofrece visitas teatralizadas, el pomposo edificio del Ayuntamiento, la iglesia barroca de la Vera Cruz o la mudéjar de San Juan Bautista.
Aunque, tal y como hemos comentado, los doce molinos de viento que coronan el cerro Calderico son la joya de Consuegra. De hecho, están reconocidos Bien de Interés Cultural desde 2008. Además de conservarse estupendamente, responden a nombres de lo más singulares: Mochilas, Sancho, Chispas…